En poco más de hora y media estábamos en Orly. Dije al taxista que nos llevara a la Place Saint-Michel. Por ahí ha empezado siempre París para mí.
"Xavier, Ivry-sur Seine. París, los recuerdos, París presentido. Cálido. Del lado de acá. ¿Otro Madrid? París de giocondas felices, de mapas del alma, de los libros de historia, de la revolución, de las perlas de la corona de Sacha Guitry. Onírico. París de los Campos Elíseos, de Proust y los días de enfermedad en busca de Albertina, tal vez de Dos Passos. París de la adolescencia, de Van Gogh y los otros pintores de la luz, de Ravel y el concierto de piano (el que no es para la mano izquierda), de los naufragios de Debussy y su defensa a ultranza por Ortega en contra del edulcorado Mendelssohn, París de Berlioz y los trasuntos románticos. París de Quasimodo, de Francisco I y la torre de los Lujanes desplazada de lugar. De la Torre Eiffel. París del Sena y la bohemia. París del mayo del 68 y las posturas heterodoxas del 69. París de Jean Gabin y Rohmer, de Godard y Gerard Philipe. París de seda y de lluvia. De Rayuela y de jazz. De hambre y de guerra. París como Madrid en invierno. París del recuerdo..., porque la primera vez que vio París César solo era un niño. Por eso París es una contradicción para él. Nada hay tan contradictorio como los recuerdos. París de Xavier. ¡Porque siempre tendremos París y a Bogart y a Bergman!"
("Vivir es ver pasar", 1997, p. 101).
En seguida entramos en Shakespeare and Company, antes incluso de buscar una habitación de hotel. Ya sabes que siempre me gusta viajar sin billete de vuelta y sin hotel. Por la noche fuimos al Caveau de la Huchette. Y tú bailaste con varios franceses a los que habías seducido con tu belleza. Yo escribía en una mesa y escuchaba a Coltrane:
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