La "escuela peripatética" fue un círculo filosófico de la vieja Grecia. Seguía las enseñanzas de Aristóteles, su fundador. Sus seguidores recibían el nombre de peripatéticos, pues estaba situada al lado del templo dedicado a Apolo Licio, el cual poseía un jardín por donde el maestro paseaba con sus discípulos y reflexionaba sobre la vida. En griego "peripatêín" significa dar vueltas. Tras su muerte, la escuela se preocupó más por investigaciones naturalistas y científicas que por cuestiones estrictamente filosóficas.
Ayer nos juntamos unos cuantos enamorados de la literatura y de la vida para "dar vueltas" a nuestra España y a la ecología, al paisaje y al paisanaje, que diría Unamuno, de la mano de un hombre singular, una de las personas que más ha luchado en este país por lograr un mundo más justo y más limpio. "Mi condición de ferroviario, de hijo, sobrino y nieto de ferroviarios, natural de la muy ferroviaria Águilas (Murcia), tuvo su importancia en mi inclinación a la geografía y a los viajes" dice Pedro Costa Morata en su último libro que nos presentó ayer en la tertulia, "Cien Españas, por ejemplo", p. 11. Y más tarde en la 273, "Ávila, llamada de los Caballeros y de Santa Teresa, fría y nevosa, de campanarios y de espadañas impresos en el cielo azul pastel, encerrada en murallas de novela, de místicos conventos, la catedral gótica pionera (...) siempre ha de ser una experiencia para un español mediterráneo, cálido y libre, abierto y fantasioso. Y si se trata de un niño de nueve años, más aún. En el otoño de 1957, Ávila aparecía siempre hacia el sur como una realidad alejada y temerosa, y a ella la enmarcaba más al fondo la sierra de la Paramera, antesala del Gredos majestuoso". Educado también en León y sobre todo en Madrid, como otro Miguel Hernández de la poesía que se viene a vivir a la Residencia de Estudiantes de la Colina de los Chopos de la que nos habló Juan Ramón Jiménez, Pedro sigue su "lucha" camino de los 80 años, haciendo lo único que sabe hacer, como nos dijo su hija, escribir y leer. Y viajar, como un nuevo Aristóteles alrededor del jardín del templo de Apolo, de España, del mundo.
En la calle Princesa (la he puesto como última foto) el suelo estaba mojado por la última lluvia, y casi se empezaba a palpar la cercana Navidad. Cuando caminaba hacia casa balbuceé aquella "Elegia" de la amistad que aprendí de Serrat:
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