Ayer por la tarde, casi anocheciendo, comenté a mis alumnos que ellos y yo hemos firmado un pacto a principios de curso, yo tengo que explicarles las cosas desde el rigor y la alegría, y ellos tienen que estudiar, aprender y disfrutar con lo que les cuento. Mientras hablaba la figura de Bertrand Russell (en la foto) no se me iba de la cabeza.
Siendo un adolescente, leí el ensayo "La conquista de la felicidad", 1930, de Bertrand Russell, que mi hermano tenía por casa. En cierto momento, Russell escribe que el ser humano debe mostrarse activo para eliminar aquellas trabas que limitan la felicidad, comenzando por todas esas pasiones egocéntricas como la envidia, el miedo o la conciencia de pecado y reforzando las que invitan a sentirse parte de la vida. Filósofo, pedagogo, matemático y ensayista inglés, nació en Trelleck en 1872 y murió en 1970. Al sobrevenir en 1914 la guerra europea, Bertrand Russell tomó parte activa en campañas contra el reclutamiento y, como consecuencia de un folleto donde animaba a la objeción de conciencia, fue condenado a una multa de cien libras y expulsado de su cátedra. En 1918 fue condenado a seis meses de cárcel por sus campañas pacifistas; en la cárcel escribió una de sus obras más esenciales, "Introducción a la filosofía matemática". Viajó por Rusia, China y nunca dejó de interesarse por la pedagogía y los problemas sociales y políticos. En 1931 fue promovido a la dignidad de lord y el año 1950 se le concedió el premio Nobel de Literatura. Junto a libros científicos, es autor de otros filosóficos, "Problemas de la filosofía", "Historia de la filosofía occidental", "Ensayos de un escéptico" y "La conquista de la felicidad". En este último escribe que "cuantas más cosas interesen a alguien, más oportunidades de felicidad tendrá". Russell y yo pensamos que el ser feliz es el que se siente ciudadano del mundo (también se lo leí a Ortega en algunos libros de mi hermano) y goza libremente del espectáculo que se le ofrece en esta vida.
Esta mañana me he despertado pensando en ello. Y lo más curioso es que, sin darme cuenta, me estaba tomando un café escuchando una obra de Benjamin Britten, un compositor inglés al que admiro intelectualmente -sobre todo sus óperas- y me recuerda mucho a Russell y a Ortega:
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