viernes, 25 de diciembre de 2020

"La extravagancia en el día de Navidad".

Esta mañana me he despertado escuchando uno de los conciertos de la "Stravaganza" de Vivaldi, y he viajado con rapidez de Madrid a Venecia. Es lo que tiene la música de bajo continuo del "cura rojo" -como le llamaba por el color de su pelo en sus clásicos populares el añorado Fernando Argenta-, la mezcla perfecta entre la técnica y la inspiración.

Y a mí siempre me gusta despertarme en algún lugar diferente. Es lo que tiene ser un extravagante o excéntrico.
 
Mientras me tomo un café de Navidad, recuerdo que la primera vez que escuché la palabra extravagancia iba referida a mí. "Justo es un extravagante, ¿no véis que siempre lleva un libro en la mano y habla de cosas raras?" Yo debía de tener 14 o 15 años, y no entendí muy bien lo que querían decirme. ¿Se podía vivir sin leer, me pregunté? Eso fue antes de que me dijeran que era excéntrico por leer a Juan Ramón Jiménez, en concreto sus "Arias tristes" que siempre llevaba conmigo. En esa época iba mucho a jugar al tenis a la Complutense, y a bañarme en su piscina, y Juan Ramón casi se metía conmigo en la ducha. Al empezar a trabajar en el Servicio de Estudios del Banco de Bilbao me puse pajarita, por aquello de mis raíces keynesianas y del grupo de Bloomsbury encabezado por John Maynard Keynes y Virginia Woolf, y tal vez fui el único economista que se movía así por la zona de AZCA, que era la particular City de Londres madrileña. A mucha gente le extrañaba mi atuendo, incluso los trajes del gallego Adolfo Domínguez y la barcelonesa Lurdes Bergada, que eran mis modistos favoritos. De mi corte de pelo "made in Llongueras" no me decían nada. Una mañana aparecí con un traje verde de rayas que parecía un pijama y alguien comentó a mis espaldas que yo no era un peligro para ocupar el cargo de director -de lo que se empezaba a hablar, sobre todo desde que me hice doctor en economía con 27 años-, por mi extravagante forma de vestir. Tampoco sabían que no tardaría en irme del banco porque, a pesar de pasármelo muy bien (siempre me lo he pasado muy bien en todos los lugares en los que he trabajado, que han sido muchos, entre otras cosas porque el mundo está lleno de gente encantadora y a mí me gusta rodearme de gente así), debía fichar cada mañana a las 8 y eso nunca me ha parecido que sea bueno para la salud.
 
El otro día me di cuenta de que mi fotografía de portada en esta red social se da un aire al "Dornauszieher" del escultor, pintor y escritor alemán Gustav Eberlein que se encuentra en un museo de Berlín. A lo mejor es que mi subconsciente también es extravagante y no se había apercibido de ello, ni yo tampoco, lo que me lleva a pensar que mi subconsciente y yo también nos llevamos muy bien.
 
Y luego está Vivaldi, el cura rojo más extravagante y genial que no me canso de escuchar:
 
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