viernes, 4 de diciembre de 2020

"Todo el mundo hace el idiota por alguien alguna vez".

Cuando leo una novela o veo una película que me interesan trato de ponerme en el lugar de su creador, de meterme en su mente. Como he repetido otras veces, las historias que se cuentan a estas alturas son las mismas de siempre, algo que ya sabemos incluso desde el primer poema épico que se conserva de la humanidad, "La epopeya del Gilgamesh". Y estamos hablando de hace más de 40 siglos. Por eso lo que me llama la atención de cualquier obra creativa es cómo se cuenta, es decir, de qué manera vuelve a contarse lo mismo una y otra vez.
En caso contrario, me aburro soberanamente.
 
En cierto momento, conoces a "Gilda" /Rita Hayworth, la mujer más hermosa y deseada de su época y, como es lógico, la conviertes en tu fuente de inspiración. ¿A qué escritor o director de cine no le ha sucedido esto alguna vez, incluso a los feos como yo? Orson Welles es uno de los grandes artistas del siglo XX, un tipo que se dedicó a hacer películas, pero que podía haber hecho cualquier cosa que le hubiera apetecido. Es lo que tienen los genios, digo yo. Haywort lo sabía de sobra, incluso después de ser "Gilda", y se enamoró de él con locura, y eso que Welles tampoco era especialmente guapo. Lo curioso es que ella también sabía que la vida no sería fácil a su lado, nunca lo es cuando quieres penetrar en la mente y en la vida de un verdadero artista, que es la antítesis de la mediocridad. Welles tiñó de rubia su cabellera pelirroja y sucedió algo tan cinematográfico como literario.
 
Después de todo, como dice el personaje que interpreta Orson Welles en "La dama de Shangai", "todo el mundo hace el idiota por alguien alguna vez":
 

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