Cuando leo y encuentro faltas de ortografía, dejo de leer.
Cuando leo y no veo los acentos en su sitio, dejo de leer.
Cuando leo y hay gerundios mal utilizados, dejo de leer.
Cuando leo y no leo más que adjetivos, dejo de leer.
Cuando leo y tengo que buscar una palabra en el diccionario, dejo de leer.
Cuando leo y lo que leo es pura demagogia, dejo de leer.
Cuando leo y el escritor me toma el pelo al considerarme ingenuo o inculto, dejo de leer.
Cuando leo y el escritor no deja de mirarse el ombligo, dejo de leer.
Cuando leo y lo que me cuentan es lo mismo de siempre, dejo de leer.
Cuando leo y no observo que el texto aporte nada a la evolución de la literatura, dejo de leer.
Cuando leo y comprendo que el escritor escribe para que le paguen o para ganar premios, dejo de leer.
"Tu texto fluye como el agua de un río", dijo ayer por aquí la pintora de Zaragoza Marga G. Eguidazu a propósito del texto que publiqué tras una relectura del cuento de Julio Cortázar "Continuidad de los parques" y aplicándolo a la película "Desayuno con diamantes", de Blake Edwards.
Cuando escribo y mi texto no fluye como el agua de un río, dejo de escribir.
Yo no vivo de la literatura, afortunadamente, y puedo estar muchos años hasta que pienso, escribo y reescribo. La literatura no es un producto de consumo, un producto más del sistema capitalista de mercado.
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