domingo, 27 de diciembre de 2020

"La tercera sinfonía y la vanidad".

Como suelo contar a mis alumnos, cuando sus padres y yo éramos jóvenes no existían ni Internet ni los teléfonos móviles. Si conocías a una chica (o chico) que te interesaba, podías apuntar su teléfono en la hoja del libro que llevabas encima (al menos los que leíamos). Si buscabas el significado de una palabra, no podías acudir a Google, sino a alguna enciclopedia que hubiera por casa. Una vez descubrí una apasionante biografía de Beethoven en una bibloteca de la calle Mayor. Como no me dejaban sacar el libro y tampoco se encontraba fácilmente en España, durante varias semanas estuve yendo por las tardes para escribir a mano los aspectos esenciales de su vida y su obra. Así supe que tras su muerte se encontraron dos documentos que permitían entender al mayor genio de la música, un testamento y la carta a la amada inmortal. Este año no he publicado nada sobre el 250 cumpleaños del músico más revolucionario e influyente de la historia. En realidad siempre ha formado parte de mi familia y, como he repetido más de una vez, no me gusta hablar de mi vida privada, salvo para convertirla en literatura a través de la teoría textual. Aun así, apenas quedan unos días para que se acabe este extraño 2020 y, tras leer ayer en este muro unas palabras del poeta Miguel Ángel Yusta sobre la vanidad, me apetece decir algo este último e invernal domingo del año mientras escucho la Tercera sinfonía -la Heroica-, acariciada más que interpretada por Claudio Abbado, y me tomo un café. Después de la Novena es la sinfonía de Beethoven que más he escuchado:

"Hoy más que nunca es imprescindible saber enseñar, iluminar a tantos que, por desgracia, sólo tienen corazón de caja registradora donde guardan el oropel de la vanidad y la indiferencia ante lo verdaderamente importante: el conocimiento de tanta belleza como nos rodea".
 
Beethoven creyó en Napoleón cuando era cónsul, algo parecido a lo que le ocurre a Pierre Bezújov, el protagonista de "Guerra y paz", de Tólstoi, su álter ego. Ambos confían en sus ideas sobre la libertad y la justicia para poder cambiar el mundo. Beethoven pensaba en ello mientras escribía su sinfonía. Pero como le sucedió a Pierre /Tolstói después de la Batalla de Borodinó, se desengañó cuando supo que Napoleón se había coronado emperador a sí mismo, y eliminó la dedicatoria de la partitura. Me parece que tanto Pierre como Tolstói, Beethoven y yo mismo sabemos que la esperanza no es lo último que se pierde, sino la vanidad. 
 
Nos queda la Heroica, una de las obras más perfectas de la historia de la música:
 
 

 
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