viernes, 15 de abril de 2022

"Orfeo 2022 un Viernes Santo".

Los primeros cristianos, los neoplatónicos, los neopitagóricos, los eclécticos, los sincretistas y los neoacadémicos mostraron una gran devoción al Orfismo. Hoy es Viernes Santo y pienso en ello mientras me tomo el primer café y contemplo el mar desde mi acantilado. El Orfismo fue una corriente religiosa que apareció en Grecia entre los siglos VII o VI a. de C., inspirada en los escritos atribuidos a Orfeo, que algunas fuentes consideran hindú. Trataba de explicar el origen del hombre y los motivos de sus sufrimientos, atribuidos a su doble naturaleza, tanto dionisíaca como titánica. Sus adeptos creían en la reencarnación y la inmortalidad del alma, e influyeron en Pitágoras, Empédocles y Platón, y el arte y la literatura. Orfeo fue un músico al que se le atribuye el invento de la lira y la cítara. Descendió hasta el infierno en busca de su esposa Eurídice, muerta por la picadura de una serpiente. Su música tenía el poder de influir sobre las plantas, las piedras y los hombres, y logró que los dioses le devolvieran a su esposa, pero con la condición de no volver la cabeza hasta salir del infierno, cosa que no hizo y perdió a Eurídice.

Estos días estoy releyendo a Rilke, entre otras cosas (en la primera foto en compañía de un vermú, claro). Ayer me detuve un rato en el soneto XX a Orfeo en la versión de la editorial Cátedra de Eustaquio Barjau. Alude a un recuerdo en su viaje a Rusia con su gran amor Lou Andreas-Salomé. Hace exactamente 100 años de ese viaje (fue el 11 de febrero de 1922) cuando Rilke habla del caballo que vino al galope hacia ellos, en un prado junto al Volga:
 
"Y a ti, Señor, ¿qué te consagro?, dime:
tú enseñaste a escuchar a las criaturas.
Mi recuerdo de un día, en primavera,
su anochecer en Rusia, un caballo...
Del pueblo venía el caballo blanco, solo,
una estaca en la pata delantera,
a estar solo de noche en las praderas;
cómo su crin rizada golpeaba
en su cuello al compás de su arrogancia,
en su galope torpemente atado.
Su sangre de corcel, ¡cómo manaba!
Sentía inmensidades, ¡de qué modo!
Cantaba y escuchaba, estaba "en" él
tu ciclo de leyendas.
                    Su imagen te consagro".
 
"Canción de Orfeo" es un poema que me dedicó la poeta alicantina Gabriela Amoros Seller en su libro "El estuario rojo" (2017). Durante la presentación de ese libro en el Casino de Murcia, Charo Guarino, poeta y profesora de filología clásica en la Universidad de Murcia, lo eligió para recitarlo:
 
Apuro el café con "Orfeo y Eurídice" de Gluck, en la Ópera de París, y su danza de los espíritus benditos con la bella coreografía de Pina Bausch, una bailarina, coreógrafa y directora alemana pionera de la danza contemporánea y que aparece como personaje en mi novela "Entrevías mon amour", de la que hablé ayer y publiqué en 2009, el año en que murió ella:
 
Siempre he considerado al arte como una manera de acercarme a Dios. Y como, en realidad, se pregunta Rilke en su soneto a Orfeo, ¿qué es el tiempo?, ¿cuándo es el presente?
 



 

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