sábado, 2 de abril de 2022

"La arquitectura del siglo XX en la tertulia del Café Gijón del martes próximo con 4 arquitectos de Tenerife, y la voz de Plácido Domingo cantando Puccini".

El arquitecto José Félix Sáenz Marrero (en la tercera fotografía) y yo nos conocimos hace muchos años en Facebook y una mañana nos encontramos a bordo de un avión. Ya lo consideraba un hombre inteligente, culto y educado, del que aprendía siempre. Se unió a la tertulia virtual hace dos cursos, lo que supuso una alegría. Yo sabía que las obras proyectadas por su familia, desde su tío abuelo hasta su hija, habían dejado construcciones importantes en Tenerife y en otros lugares. 
 
Por eso le he invitado a hablarnos de ello. Dice José Félix: "Cuando el arquitecto recibía la formación netamente clásica y su referencia era la mímesis de artefactos construidos en las épocas anteriores, la llegada del "Arts and Crafts", y su origen anglosajón, supuso una revolución a partir del "arquitecto integral" que aúna la artesanía del ejercicio profesional con el diseño industrial y técnicas de lenguajes ajenos como la impresión, el amueblamiento, la decoración interior y la ilustración de espacios que tienden a la unificación de las artes consideradas menores y el mismo lenguaje arquitectónico. Esta eclosión junto con los estertores del modernismo y el naciente "Art deco" fusionan la andadura del primer arquitecto de la familia en un periodo comprendido entre 1920 y 1956".
 
En estas fotografías aparecen los cuatro arquitectos. El tío abuelo José Enrique Marrero Regalado (Granadilla de Abona, Tenerife 1896 -1956), el padre Félix Sáenz Marrero (Granadilla de Abona, Tenerife, 1916-1998), mi amigo José Félix Sáenz-Marrero Fernández (Madrid, 1949) y la hija Cristina Sáenz-Marrero y de Lorenzo-Cáceres (Santa Cruz de Tenerife 1976).
 
Y una de las ermitas que rehabilitó el padre de José Félix fue la de Taganana, un pueblo blanco del norte de Tenerife, un lugar mágico que aparece en mi última novela, "Poeta en Madrid" (2021), del que me enamoré desde la primera vez que lo vi subiendo en una guagua unas encrespadas montañas. Cuando me enamoro de algo ya no lo olvido nunca. Es lo que también me pasó aquella tarde en aquellas montañas, con el sol acariciando delicadamente toda la isla, escuchando con los cascos la voz de Plácido Domingo y un aria arrebatadora de Puccini:
 

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