Ayer releí
tres relatos de uno de los libros contemporáneos que aprecio, los
"Cuentos de Bloomsbury" (1999), de Ana María Navales, una escritora que
se sentía muy atraída por el mundo artístico e intelectual de Virginia
Woolf y John M. Keynes, lo mismo que me ocurre a mí, lo que nos unió
durante un tiempo, hasta su muerte. Siempre que venía a Madrid desde
Zaragoza nos tomábamos un café. Me contaba un montón de cosas del
curioso mundillo de los escritores
españoles y luego hablábamos de algo que me interesaba más, de aquella
gente del barrio de Bloomsbury que está al lado del British. Lo más
parecido que hubo en España fue la Residencia de Estudiantes, con Lorca,
Buñuel, Dalí y compañía, en Madrid, que prácticamente desapareció con
la Dictadura. Ayer me percaté de que los cuentos de Ana María Navales
tienen bastantes páginas subrayadas. Hace un tiempo, Milagros Gonzalvo,
una nueva tertuliana de este curso, escribió por aquí que había acabado
de leer mis "Cuentos de los otros" y como le había gustado tanto quería
leerlo otra vez, pero subrayándolo y dejándolo en la mesilla de noche.
En uno de mis cuentos, una voz omnisciente en tercera persona dice en la
página 128 de la edición de Bartleby del año 2017 que cuando un lector
subraya el libro que lee, lo que está haciendo es hablar en voz baja con
el escritor. Umberto Eco investigó la idea de ficción durante buena
parte de su vida y relacionó el texto narrativo con un bosque cuyos
senderos se bifurcan, en alusión a Borges, para volver a encontrarse en
el territorio onírico del duermevela. La experiencia humana toma
sentido en la literatura a través del tiempo y el espacio, como diría
Ricoeur. El lector llena los huecos que deja el escritor de manera
consciente, todo eso que no se dice ni se escribe, algo que yo defiendo
en la literatura contemporánea (en ese momento la voz en tercera
persona se convierte en Justo Sotelo). Considero que es más importante
lo que no se dice que lo que se dice. Por eso resulta esencial que el
escritor y el lector “hablen” continuamente, por ejemplo, a la luz de la
lámpara de la mesilla de noche, mientras que todo el mundo duerme en
casa y solo ellos están despiertos. De esa forma la literatura sería
la verdadera causa de la infidelidad de las parejas. Las demás causas
son necesidad de poder, de sexo, de protección, de dinero, es decir,
poca cosa.
No recuerdo
quién me envió la primera fotografía hace tiempo. Lo que sí sé es que el
libro que está al lado del mío es de los que más habré subrayado y
regalado en mi vida. Todos los libros que me gustan están subrayados.
Antes de salir por la puerta para dar el bonito paseo de todas las
mañanas, recuerdo la obra maestra de Nietzsche, esa mezcla de filosofía y
literatura que nos lleva al mundo de los griegos de la mano de Apolo y
Dionisos. Ahí no hay ni una sola página sin subrayar.
Seguro que en la calle huele a verano.
Seguro que en la calle huele a verano.
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