Me gusta pasear
por mi ciudad. Hacerlo temprano, cuando las horas huelen a nuevo y los
pájaros solo piensan en cantar sin imaginar un mañana. Todo el mundo
tiene su propia Gran Vía y su Plaza Mayor, incluso una Puerta del Sol
improvisada en cada rincón del recuerdo y de la memoria. Deteniéndote en
la plaza de Callao antes de continuar tu camino hacia la Plaza de
España y saludar a las esculturas inamovibles de don Quijote y Sancho
que esperan a cualquier español a la vuelta de la esquina, mientras
piensas en las luces de los cines y los teatros que ya no existen.
Deletreando cada sílaba de los libros que te comprabas en Doña Pepita,
en la calle de los Libreros cuando los libros eran de papel, o un poco
más arriba, en la Casa del Libro, donde te llevaban tus padres de la
mano de pequeño para enseñarte a leer. Antes habías pasado sin darte
cuenta por una coctelería del principio de la calle a la que iban a
emborracharse Ernest Hemingway, Grace Kelly, Rita Hayworth, Frank
Sinatra y Ava Gardner, o eso decían algunos, tal vez porque el mundo
nunca ha sido perfecto, salvo el rostro de Ava. Una vez ella me dijo que
era un sueño recorrer conmigo en coche la Gran Vía mientras Sinatra
cantaba "I'm a Fool to Want You". Ahora voy a repetir el paseo de ayer,
concentrado en esas tres fotografías de los tres fragmentos de la calle
que más camino de mi ciudad, el ascendente de Chicote, el horizontal de
la Casa del Libro y el descendente de los cines, tal vez el Palacio de
la Música, imaginando las míticas peleas entre Ava y Frank, y sus
continuas reconciliaciones. Por eso su amor fue una cosa diferente,
siempre lo es cuando hablamos de un amor de película. Después de
aprender a leer, aprendí a vivir en el interior de una película mientras
ella me servía un cocktail al atardecer, una combinación de whisky
escocés, brandy, cherry brandy Herrings, Ginger Ale Schweppes, twist de
naranja y stick guinda luxardo.
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