Hacía muchos años que no pasaba
tanto tiempo en Madrid sin subirme a un avión. Cuando era joven siempre
que quería enseñar el mar a mis novias las llevaba al parque del Templo
de Debod (segunda fotografía que saqué ayer martes por la mañana). Luego
les contaba la historia del templo que Egipto regaló a España en 1972
por ayudarles a salvar los templos de Nubia, entre el sur de Egipto y el
norte de Sudán. Levantado alrededor del 200 a. C., era un lugar
de paso para los peregrinos que se dirigían al gran centro religioso
dedicado a la diosa Isis, en la próxima isla de Filé. Acto seguido pedía
a mis amigas que se asomaran a la barandilla de la cuarta foto. Desde
aquel lugar podrían contemplar el mar, decía. En realidad, distinguirían
todos los mares del mundo, pues todos son de Madrid. El único problema
es que están algo lejos, pero a los madrileños no nos importa, al menos a
los de Chamberí, y llegamos en seguida. A tres horas se encuentra el
Cantábrico, a algo más el Mediterráneo y el Atlántico, y si te subes a
un avión puedes bañarte al cabo de un rato en las aguas tranquilas y
transparentes de Formentera y las más salvajes del norte de Tenerife. A
la izquierda de esa foto (la tercera) quedan el Palacio Real y la
Catedral de la Almudena, decía entonces a mis amigas, y a la derecha el
Paseo de Rosales, con quioscos donde sirven horchatas que me gustan
mucho. En medio estaba mi corazón, que les pertenecía por entero.
Ellas sonreían, claro, y me besaban.
Después llegaría el beso de mi diosa Isis particular, que abarcaba todos los poderes femeninos, mientras escuchábamos a Chaikovski cerca de allí, en el Café Viena de la calle Luisa Fernanda, donde una vez invitamos a cenar a nuestros amigos antes de coger en Chamartín el tren nocturno a París, en un viaje que terminaría, literalmente, en la estación del Museo de Orsay y en mi novela "Vivir es ver pasar":
https://www.youtube.com/watch?v=P_faR8r8k4g
Después llegaría el beso de mi diosa Isis particular, que abarcaba todos los poderes femeninos, mientras escuchábamos a Chaikovski cerca de allí, en el Café Viena de la calle Luisa Fernanda, donde una vez invitamos a cenar a nuestros amigos antes de coger en Chamartín el tren nocturno a París, en un viaje que terminaría, literalmente, en la estación del Museo de Orsay y en mi novela "Vivir es ver pasar":
https://www.youtube.com/watch?v=P_faR8r8k4g
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