Como distraída por un factor externo mientras lee el rollo, acaso una visión, la sibila dirige la mirada en una dirección opuesta a la rotación del cuerpo. Los ojos y una boca apenas abierta manifestan una nueva emoción frente a un hecho imprevisto. Esta actitud se ve también en dos jóvenes que están cerca de ella en la monumental Capilla Sixtina de Miguel Ángel. La Sibila de Delfos fue la más admirada por su belleza física e ideal. La pintora Johana Roldán pintó a esa figura en una pared de su casa y ayer hizo una foto con mis "Cuentos de los viernes" delante de ella y la puso en su muro. Ahora la observo y me llama la atención su curiosa composición artística. Por una parte, la diagonal que conforman el dedo de la pintora, la palabra "viernes" y los ojos de la sibila (ya se sabe que esta diagonal es esencial en el arte de la pintura). Por otra el triángulo que se forma y se fuga con la mirada de la sibila hacia los que estamos fuera de la foto. Las sibilas eran profetisas de la antigüedad grecolatina. Con sus poderes adivinatorios, podían vislumbrar el futuro y emitían apreciados oráculos bajo la inspiración de Apolo. Fueron famosos los santuarios de Cumas, Eritrea o Delfos. La tradición asoció esos personajes a los profetas, cuya misión última fue la de anunciar la venida de Cristo. En la Italia del Renacimiento, siguiendo las corrientes neoplatónicas de la época, se intenta fundir la tradición clásica con el legado cristiano. El Papa Julio II encarga a Miguel Ángel pintar el techo y la pared frontal de la Capilla Sixtina. Miguel Ángel no considera el encargo adecuado para él. Se siente escultor, como revela el estilo tridimensional de sus pinturas. Aun así pinta el Juicio Final en la pared frontal de la Capilla. En el techo las escenas bíblicas representan la Creación, junto a cinco profetas y cinco sibilas en tronos de mármol. Esta en concreto es la sibila de Delfos. Llena de energía y fuerza vital, la figura gira su torso hacia nosotros y pierde su mirada en el infinito como intuyendo la próxima venida del Salvador. La profundidad ha sido conseguida. La sibila casi parece salirse del plano. Se había criticado al pintor el no saber representar a las mujeres; a su estilo pictórico quizá le era más fácil la representación de figuras masculinas y musculosas, siendo menos sensible a la estética femenina. El dibujo domina sobre el color y este queda subordinado a la línea. La energía y vitalidad anticipan la pasión del Manierismo.
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