jueves, 4 de febrero de 2021

"El arañazo de mi gata y la poesía de Claudio Rodríguez".

Nada más conectarme a la última tertulia a través de Zoom, Javier Perez Bazo, nuestro catedrático de literatura que participa siempre desde la ciudad de Toulouse, en cuya Universidad es profesor, se fijó en el arañazo que tenía encima del labio y me preguntó qué me había ocurrido. Tras mostrar cierta sorpresa (no caí en la cuenta de que la distancia entre Madrid y Toulouse es de 800 Km, pero que a través de Zoom se reduce a un instante), le dije que era producto del gran "cariño" que me tiene mi gata.

Antes de terminar la tertulia, Javier se refirió a la figura de Claudio Rodríguez (Zamora, 1934-Madrid, 1999), un poeta que escribía a la vez que paseaba, y al que la claridad le venía del cielo, como dice el primer verso de su "Don de la ebriedad", uno de los grandes libros de poemas del siglo XX, y que escribió con 18 años. Aunque pueda parecer fruto de la casualidad, su formación literaria era enorme a esa edad gracias a la selecta bibloteca de su padre, constituida con los clásicos españoles, en particular los místicos, y con los poetas franceses del siglo XIX, Baudelaire, Verlaine y Rimbaud. Sería lector de español en Inglaterra en varias ocasiones y profesor universitario en la Complutense. Mi maestro de teoría y crítica literarias, Antonio García Berrio, le dedicó uno de sus grandes libros, "Forma interior: la creación poética de Claudio Rodríguez" (1998), donde se acercó, desde sus 800 páginas (como la distancia en kilómetros de Madrid a Toulouse) a su escritura desde sus fundamentos antropológicos, estilísticos y míticos.
 
Mientras me tomo el primer café de la mañana y observo la foto que me hice desde Zoom con el arañazo en la cara, escucho la voz de Tomás Galindo recitando ese primer libro de poemas de Rodríguez, https://www.youtube.com/watch?v=4QNWnEbC9pc, su declaración de principios sobre el hombre, el mundo y el sentido trascendente de la vida. El yo poético contempla el tiempo y el espacio desde la claridad, como una metáfora del descubrimiento del mundo y la búsqueda de la transcendencia.
 
Qué grandes son las obras profundas, complejas, que tienen cosas que decir.
 

 
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