martes, 6 de julio de 2021

Ayer fui a desayunar a Casa Manolo, uno de los escenarios de mi novela "Las mentiras inexactas".

Hacía tiempo que no lo hacía.
 
En esa foto estoy hace un tiempo con las escritoras Juana Vázquez y Aurora da Cruz en la terraza del restaurante en la calle Princesa, al lado de mi casa, después de una presentación en la Alberti, que también está cerca. Por ahí vive también Nora Acosta, la profesora de literatura de cincuenta años que se enamora del joven librero de la Plaza Santa Ana, y que es la protagonista de mi novela. Aun así, en la facultad hay un profesor, Andrés Amorós, que está enamorado de ella, y un día le invita a comer en Casa Monolo.
 
Entre las páginas 99 y 105 el lector también entra en el restaurante, con Nora y Amorós, y allí aparecerá el escritor José Luis Sampedro:
 
"La ciudad universitaria estaba atascada, y tardaron media hora en llegar. A ella no le importó gran cosa; sabía que el restaurante estaba lleno de magia, en los juguetes de la vitrina que separaba los dos comedores y en el mismo fricasé que todavía no se le había olvidado preparar al cocinero. En la vitrina había juguetes antiguos, muñecas de rostro perfecto, trenes de hojalata, coches extraños, payasos melancólicos, pelotas desinfladas, aros irrespetuosos con la lógica, patinetes que parecían bicicletas. Eran juguetes aún más antiguos que ella, fragmentos de lata encerrados en una vitrina.
 
Era uno de los restaurantes favoritos de Neruda, dijo Nora mientras atravesaban la cafetería. Había fotos del Madrid antiguo colgadas en las paredes, en blanco y negro, un Madrid desaparecido hacía tiempo (...)
 
José Luis Sampedro entró en el restaurante acompañado de Olga Lucas. Cada vez estaba más delgado, pensó Nora, pero sus movimientos eran seguros, como si fuese a vivir otros noventa años. Su mujer tenía buen aspecto y miraba a su marido con admiración. El viejo escritor se percató de la presencia de Nora, y se acercó a ella; cogió su mano e hizo ademán de besarla. Ese verano pensaba dictar unas conferencias en Santander sobre la novela española de los últimos años, donde citaría su trabajo como crítica. También se refirió a la novela que estaba escribiendo con la ayuda de Olga.
 
Mi testamento…, sonrió mirando a su mujer.
 
Su vida se había repartido entre la literatura y la economía, pero al final había ganado la literatura. Tampoco desdeñaba sus conocimientos sobre estructura económica, aunque solo fuese para intentar cambiar un mundo tan injusto y egocéntrico. Recordaba, perfectamente, la última manifestación a la que habían asistido para criticar al sistema capitalista que lo devoraba todo. Dentro del sistema se podía comer varias veces al día, pero fuera hacía frío y se pasaba hambre; por eso los pobres se hinchaban hasta reventar. Los más radicales quemaron contenedores de basura y destrozaron los escaparates de todos los bancos y comercios que encontraron a su paso. Algunos fueron a parar a la cárcel, pero a Olga y a él no les ocurrió nada. No se consideraba un gamberro anti sistema, pero algo había que hacer. A pesar de la edad, no quería quedarse de brazos cruzados. El pensamiento único que dominaba el mundo desde los ochenta, con la alianza entre Reagan y Thatcher, pretendía anestesiar a todos los que no compartían sus gustos.
 
Olga pidió a su marido que no se alterase. Le cogió la mano y le recordó que tenían una mesa reservada. Claro…, claro…, dijo Sampedro con una mirada luminosa. En este restaurante tengo la mesa reservada desde hace años. Es siempre la misma, junto a esos juguetes fascinantes de principios de siglo.
 
Nora lo abrazó, y le dijo que sus libros se encontraban a la misma altura moral que su persona.
 
Olga me cuida demasiado, dijo Sampedro antes de toser ligeramente. Como no dejes de hablar, vas a enfermar, aseguró su mujer con infinita dulzura. Deberías obedecerla, dijo Nora acariciando su hombro. Gracias por la ayuda…, sonrió Olga, porque no atiende a razones. En los últimos tiempos no deja de coger el teléfono en cuanto le llaman, ya sea una emisora de radio o cualquier desconocido. Además, ofrece entrevistas en todas las televisiones que os podáis imaginar, y da charlas en colegios, institutos y universidades. José Luis está viviendo una segunda juventud. Sampedro había escrito novelas que trascendían la fuerza de su lenguaje. Aconsejaba a los jóvenes escritores que nunca dejaran de escribir, aunque tuvieran que trabajar en otras cosas para poder comer. Él también pensaba que una novela era la creación de un mundo; por eso elaboraba sus tramas con minuciosidad. Nada de lo que aparecía en el texto resultaba improvisado. Cada personaje tenía su propia historia, se mencionase o no en la trama. Su visión de la literatura no la compartían todos los escritores, ni mucho menos, pero aun así había conseguido que sus lectores le quisieran. Sampedro había afirmado en varias ocasiones que escribía para lograr el amor de sus lectores, y ese era uno de los consuelos que le quedaban a su edad.
Una vez en la calle, Amorós dijo a Nora que le apetecía caminar. Se había quedado buena tarde. Madrid era un infierno en verano, pero el resto del tiempo no estaba mal. Y se acercaba la primavera.
Ahí tienes al último gamberro anti sistema, sonrió Nora todavía sin moverse de la puerta. Necesitaríamos muchos Sampedros como él, ¿no crees? En la universidad hay gente que no se lo perdona. Siempre digo a mis alumnos que Sampedro iba a la facultad en autobús, incluso después de conseguir la cátedra o ser senador. Podría haber vivido como un marqués, y eligió una vida modesta, tranquila, escribiendo poco a poco sus novelas. Por eso le llama tanta gente para hablar con él.
 
Amorós insistió en el paseo.
 
¿Un beso?, dijo Nora tras acercarle la cara. ¿Eso es todo lo que vas a darme?, se extrañó el profesor. Eso es todo lo que voy a darte por ahora, dijo ella, ya sabes que estoy cansada. Creía que no te habías encontrado mejor en mucho tiempo…, dijo Amorós. Entonces, serán los nervios, dijo Nora con una expresión infantil. Qué tendrá el amor…, intentó reír el profesor. Que todo lo transforma, terminó ella.
 
Amorós cruzó la calle Princesa y se dirigió hacia la parada del autobús. Quería aprovechar la tarde para terminar de leer el último texto de Umberto Eco que había caído en sus manos, un estudio sobre el papel del autor en la literatura.
 
Últimamente se prestaba demasiada atención al lector, y había que recuperar su papel. Nora se dirigió a su casa, que estaba a unos metros de allí. Mientras abría el bolso y buscaba la llave del portal, recordó la dedicatoria que Amorós le había escrito en uno de sus libros: “Para ti, Nora, mitad demonio, mitad diosa, siempre en el lugar de la duda y el deseo".
 
(La banda sonora de la novela se la debo a mi hermano, algo mayor que yo. Mientras yo escuchaba a Beethoven, Schubert y Chopin a los 12 o 13 años, en casa se oía más a Jethro Tull, Status Quo, Led Zeppelin y toda esa gente. Durante todos los años en que estuve escribiendo esta novela escuchaba un disco de Jethro Tull muchas veces en el coche -pensaba en mi hermano, en su bello rostro de jipi de aquella época, como el padre de mi protagonista-, al que me subía para despejarme después de estar escribiendo varias horas. Lo hacía a todo volumen, como todo lo que escribo cuando escribo de verdad:
 

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