domingo, 18 de julio de 2021

"La rodilla de Clara".

Las rodillas que se ven en la foto podrían ser las de Clara, como en la película de Eric Rohmer, pero son de una arquitecta que se llama María José, con la que tomé ayer un café porque quería contarme sus proyectos. Yo tampoco soy Jerome, ese escritor y diplomático que quiere conquistar en las vacaciones de verano (las películas de Rohmer suceden en verano) a Clara, una joven de 17 años que tiene novio y que es la hija del dueño de la residencia de Jerome. Y María José no es Aurora, la novelista italiana que le anima a seguir con la operación de seducción que tiene bastante de afirmación personal, aunque la veo como un personaje de su cine. Yo me veo más como Rohmer, un artista celoso de su intimidad personal y coherente con su idea del arte. "Si el precio a pagar a cambio del éxito tiene que ser la quiebra de mi libertad o mi intimidad, entonces lo considero caro e inasumible", comentó en una carta al director de un festival de cine al que no quiso acudir a pesar de su insistencia. "La rodilla de Clara" (1970) es uno de los seis "Cuentos morales". Existe una cosa que me gusta en particular de su cine, el análisis objetivo de la subjetividad de sus personajes, que nunca dejan de hablar. Rohmer no juzga y se limita a desvelar su complejidad. En su cine se puede encontrar el "efecto Gauguin", como en esta historia de la que estoy hablando, con los colores uniformes de la ropa y las montañas lisas y azules sobre el lago de Annecy, al este de Francia. Situado entre las cumbres alpinas y gracias a sus efectos de luces, este lago ha despertado siempre interés en los pintores. El cuadro emblemático es "El Lago Azul", de Paul Cézanne. Los traslados en barca a motor, los días claros que se alternan con la bruma, una fuerte tempestad y ese aire alpino de montaña buscan un efecto dramático, no solo físico, en los espectadores.
 
Mientras regresaba a casa pensé que no me importaría darme una vuelta por el este de Francia en busca del cuadro de Cézanne y el efecto Gauguin.
 
Ahora me tomo el primer café de este bonito domingo de verano y escucho un recientísimo disco de jazz, del baterista de Miranda de Ebro Gonzalo del Val, donde pone música a los cuentos de Rohmer. Ayer le comenté a María José que yo ni siquiera busco el arte y la literatura, ni por supuesto me preocupo si en ocasiones me olvido de ellos (como a menudo se me olvidan tantas cosas), simplemente porque son parte orgánica de mi vida:
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario