miércoles, 15 de septiembre de 2021

"En el Thyssen con Magritte".

Ayer caminaba despacio por el Paseo del Prado, pensando en unas ideas que quiero contar en clase a mis alumnos, cuando se puso a llover con fuerza. Me mojé en apenas unos minutos de arriba abajo, así que decidí meterme en el Thyssen para secarme, ya que estaba al lado. Casualmente, en ese preciso momento se inauguraba una exposición del pintor belga René Magritte (1898-1967), algo que no sucedía en Madrid desde 1989 en la Fundación March (su director, Javier Gomá, se refirió a ella en una de sus visitas a la tertulia). Me fui secando mientras daba una vuelta por sus siete secciones y los cerca de 100 cuadros.
Hice las fotografías y me dirigí a la cafetería para tomarme un café con leche y una rebanada de pan con aceite y tomate, y empecé a recordar algunas cosas que ya sabía. Magritte estudió pintura en la Real Academia de Bellas Artes de Bruselas y durante varios años su pintura osciló entre el cubismo y el futurismo. Un buen día el poeta Marcel Lecomte le mostró el cuadro "La canción de amor", 1914, del pintor metafísico Giorgio de Chirico, y al verlo no pudo reprimir la emoción: "Fue uno de los momentos más conmovedores de mi vida, dijo después. Mis ojos fueron capaces de observar un pensamiento por primera vez en la vida". Chirico había hecho algo extraordinario, un cuadro donde una esfera verde y una locomotora rodeaban una pared en la que estaba clavada una escultura griega junto al guante de cirujano de grandes proporciones. Una obra tan visionaria como para ser surrealista muchos años antes de que existiera este mismo movimiento. Dos décadas después el belga que había llorado ante "La canción de amor" transformaría un paisaje puramente quimérico en una obra de arte, y volvería a hablar sobre conceptos imposibles registrados con una mirada: "La concepción de un cuadro, es decir, la idea, no es visible en el cuadro, porque una idea no se podrá ver con los ojos. Lo que se representa en un cuadro, lo que es visible con los ojos, es la cosa o las cosas de las que hemos de tener la idea". 
 
Ahora me tomo el primer café de esta mañana y, antes de irme a la Universidad, escucho una música que Alban Berg compuso "para la memoria de un ángel", es decir, para Manon Gropius, hija que Alma Mahler tuvo con su segundo marido, el arquitecto Walter Gropius, el creador de la célebre Bauhaus, 1919. El primer marido de Alma fue Mahler, un músico, el segundo Gropius, un arquitecto, y el tercero Franz Werfel, un novelista. Uno de sus amantes más conocidos fue el pintor Oskar Kokoschka. De esto me hago eco, de alguna forma, en mi novela "Poeta en Madrid":
 
Somos ideas, la representación de esas ideas.
 




 

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