Ayer me senté a ver cómo corría el agua bajo el puente románico de la foto y mi alma recordó entonces "cómo se pasa la vida", que diría Jorge Manrique en sus "Coplas". En este lugar comienza la primera novela que publiqué en 1995, "La muerte lenta". Escrita en segunda persona, el protagonista sin nombre se dirige siempre a su amigo Enrique Espejo. En la página 17 dice: "Tu padre nació ansiosamente a la vida con más de treinta años, se hizo hombre y luz cuando un pariente lejano le consiguió el puesto de guarda forestal en el Valle del Tiétar (su pueblo era La Adrada, como el tuyo), cuando la época de los bosques inmaculados". Unos cuantos kilómetros más allá nos detuvimos a comer en un pequeño pueblo donde nació una de las secretarias que tuve tras dejar de ser bróker -como el protagonista de mi novela- y dedicarme a la Universidad. Manrique dice en otra de sus coplas que "cualquier tiempo pasado fue mejor", algo con lo que estoy de acuerdo, pero solo en parte. Mi tiempo pasado ha sido muy divertido e interesante, como también lo es el actual, a pesar de saber que, como es lógico, "nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar".
Tras el río Tiétar aparecieron el Alberche y el Tajo. Por ahí se quedó un pueblo toledano donde nació una de las jóvenes enfermeras de la Seguridad Social de al lado de casa, y a pocos kilómetros de ese lugar el pueblo de mi profesor de literatura japonesa Carlos Rubio, que me dio clase mientras estudiaba la obra de Haruki Murakami y las costumbres y cultura de su país. Allí se ha retirado después de hacerse filólogo en una Universidad de los Estados Unidos y vivir en Japón, donde también fue profesor varios años. Me eché una siesta agradable de poco más de cinco minutos en una esquina sombría de Talavera de la Reina y continuamos el camino a Toledo antes de torcer hacia Madrid. Volví a detener el coche junto al museo de la Celestina, donde nació Fernando de Rojas. Siempre que paso por el centro de Toledo y recorro sus calles medievales tengo la sensación de transportarme a otra época a la vez que suena una música de Joaquín Rodrigo que nació por encargo de Andrés Segovia. Rodrigo se inspiró en seis danzas transcritas por el compositor y guitarrista barroco Gaspar Sanz y recogidas en un tratado dedicado a danzas españolas y melodías italianas. A partir de ellas creó una suerte de suite española en forma de concierto para guitarra.
Ahora me tomo el primer café de la mañana y escucho esta música que me lleva hasta las calles de Toledo, de la Puebla de Montalbán, Talavera de la Reina y La Adrada, con su puente románico y su castillo medieval.
Es el río de la vida:
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