Pasear por el Retiro es una de mis aficiones favoritas desde que me acostumbraron mis padres de pequeño, incluso para celebrar en la Rosaleda mi Primera Comunión. Y montar en barca en el Estanque o charlar en las escaleras de la estatua de Alfonso XIII, donde siempre se reunían los jipis y los bohemios a tocar, como hice ayer antes de que abrieran las casetas a las 5 de la tarde. Moverme entre libros es como bailar un vals, algo así como hacerlo entre los buenos amigos como Mayda Bustamante, mi editora, Merche Medina, al frente de la caseta de la editorial Huso, mi hijo y su gran amigo Alejandro, María Victoria Huertas, Maria Perez, Silvia Ramos, Chema Menéndez y su hijo, Françoise Mascaraque, Almudena Baanante y su marido, María José Muñoz Spínola, Jacinto Bruggera, mis alumnos María Eugenia, Alejandro, Elisa y Claudia, con su parecido a la actriz Kelly McGillis (más otro montón de alumnos que me escribieron para decirme que llevaban esperando dos horas en la gigantesca cola que llegaba a la Puerta de Alcalá y decidieron marcharse sin que les firmara el libro), y algunos agradables encuentros con Pepo Paz Saz, Idoia Arbillaga y Milagros López.
Llevo un cuarto de siglo firmando libro en el Retiro, y de nuevo me gustó ver a tantos niños y jóvenes pasearse por este recinto, ahora tan restringido por las medidas de seguridad. Pero, en realidad, a mí lo que más me gusta es escribir y bailar un vals. O ser León Tolstói y Ana Karénina a la vez:
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