Recuerdo cuando mi hijo, con 6 o 7 años, vio la película por primera vez en casa. La mayor parte del tiempo se la pasó preguntando a su madre y a mí de qué iba la historia. No entendía el comportamiento de Basil, el escritor inglés protagonista que viaja a Creta rodeado de libros tras heredar una mina, ni a Zorba, un curioso personaje al que conoce en el puerto. Es una especie de Esopo, contador de fábulas y Basil se deja hechizar por él. Tal vez el intenso blanco y negro aún sorprendiera más a mi hijo, ya que él había nacido en un mundo en color. También le sorprendían la vieja Hortensia y la bella, solitaria y enigmática joven viuda. Le tuvimos que explicar que Hortensia es la vieja Europa, tan noble como culta y desvergonzada, atrapada en la isla después de buscar horizontes y aventuras, anhelando un amor de verdad entre los viajeros que se acercan a su lecho de cortesana ilustrada. Solo lo encuentra cuando aparece algún Zorba atrevido y deslenguado que la adula y le susurra viejas y dulces palabras que reviven el pasado. El problema es que la gente de la isla solo espera su muerte para apoderarse de sus cosas. La viuda, como contraste, simboliza a la belleza y al misterio femenino de las mujeres sencillas pero independientes, tantas veces apedreadas por la ignorancia y la envidia. Representa la pureza original de todos los pueblos, que no alcanza a sobrevivir a los instintos primitivos, a los celos, el miedo y la venganza. Para estas dos mujeres no existe liberación, si siquiera cuando un Zorba valiente las defiende de la masa vengadora, como si fuera un Cristo hecho hombre.
Sin embargo, al final llegó el baile en la playa y el rostro de mi hijo se transformó por arte de magia. Primero fue un rostro de sorpresa y después de felicidad y alegría.
Lo que yo aprendí de Theodorakis fue su lucha por la libertad y los marginados; quizá por eso puso la música a la obra de Kazantzakis (que no recibió el Nobel de literatura, sino que fue a parar a manos de Camus). He leído por ahí unas reflexiones de Kazantzakis que a lo mejor guiaron los pasos de Theodorakis, que ha muerto el jueves pasado a la edad de 96 años y también puso la música al utópico y comprometido cine de Costa-Gavras: "La felicidad no está en cielos altos y metas monetarias. Se puede encontrar en la ventana o en el patio de nuestra casa. Quizá nos llevemos al ataúd mucho dinero, si comparamos la felicidad alcanzada y alcanzable con el capital de nuestra cuenta corriente, pero no habremos conseguido la felicidad real de las cosas sencillas y pequeñas que nos rodean: la risa de los niños, la mirada tierna del ser amado, el recuerdo de las amistades y las aventuras pasadas o las melodías que han marcado momentos de nuestra vida".
Lo demás, todo lo demás es el "carpe diem" que representa una música que bailo de nuevo mientras me tomo el primer café de este bonito domingo de verano:
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