Es un solo de saxo que no tiene piedad. Lo escuchaba anoche, a lo largo de ese instante efímero de la existencia en que todo el mundo duerme y yo me meto en el interior de una fotografía que acabo de sacar a oscuras, en busca de un sentido a las páginas que escribo y siento a través de la música de mis pisadas. Es una forma de seguir recorriendo el asfalto mojado de la ciudad a bordo de un taxi en la madrugada. Es la selva de cemento vacía, una espiral que no llega al centro, un impacto emocional que te deja sin aliento. Somos los hombres huecos, los hombres rellenos.
Y yo escribo, yo sigo escribiendo.
¿Qué otra cosa puedo hacer ante los sonidos que miro y las luces que toco con la yema de los dedos del ordenador, ante la realidad teñida por el misterio de la noche, a oscuras, del último taxi del que se bajan un hombre y una mujer que no he tardado en reconocer, en algún momento? (...) Dime algo. ¿Por qué nunca me dices nada? Habla. ¿En qué piensas? Nunca sé en qué estás pensando. Piensa. ¿Qué es ese ruido? El viento por debajo de la puerta. ¿Qué es ese ruido ahora? ¿Qué hace el viento? Nada, otra vez nada. ¿No sabes nada? ¿No ves nada? ¿No recuerdas nada?
Es como si quisieran contarme una historia, su historia mientras el solo de saxo susurra imágenes para mí.
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