Es una plaza que está en el centro de Alicante, y esta red social me recuerda que estuve allí sentado un día parecido al de hoy de otro mes de julio. De la ciudad de Alicante me gustan muchas cosas, el puerto con un barco pirata y el tiovivo donde se suben los niños, el Paseo de la Explanada, ese hotel tan alto desde cuya última planta se divisa todo. La plaza tiene cuatro parterres, un quiosco de estilo modernista con un bar donde ponen música mientras te tomas un café y unos ficus de gran tamaño. No recuerdo qué estaba leyendo o escribiendo en el móvil esa mañana, pero no me extrañaría que fuera uno de los cuentos que he publicado.
"El tiovivo".
"El mar se encontraba en calma, caía la noche y envolvía el tiempo y el espacio, y los animales de madera y de colores se preparaban para revivir la constante aventura de cinco minutos.
Ellos se acercaron midiendo el tiempo que los unía. Se miraban a los ojos, como si el mundo no existiera. Cuando hacían el amor era como si la evolución de la humanidad no tuviera otro sentido que reunirlos en un espacio sin coordenadas ni música. Ojalá no nos parásemos nunca, dijo ella. Y él asintió y buscó su mano, y la besó, mientras su beso daba la vuelta a las aceras, a la playa, a la ciudad aún despierta. Los niños y sus padres nos están mirando, aseguró él señalando con la mano hacia el espacio comprendido entre su tiempo y el tiempo de los demás. No veo a nadie, seguía ella acariciándolo con la mirada. No distingo las casas ni las luces, añadió, solo creo en tu presencia cuando siento que me libero de mis recuerdos y los errores de mi vida.
En el instante en que los caballos dejaban de correr, ellos supieron que nunca podrían bajarse de allí".
("Cuentos de los viernes", Bartleby, 2015, p. 15).
Ahora me tomo el primer café de la mañana y escucho una canción que una vez pusieron en aquel quiosko modernista de "El portal de Elche":
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