domingo, 10 de julio de 2022

"Por Campos de Castilla, 1911, 1912, 2022".

Recorro en coche Guadalajara, Soria, Valladolid, Segovia y observo una vez más que la España interior se ha quedado vacía. Después de desayunar en un pueblo de la Alcarria que se llama Torremocha del Campo, me acerco a otro pequeño pueblo, Navalpotro, como mi segundo apellido. Mi madre me dijo de pequeño que sus orígenes se encontraban en Italia, aunque es posible que una rama familiar se quedara en Castilla. Luego el arco de ballesta que traza el Duero en Soria, el paseo por el pueblo medieval del Burgo de Osma (que conocí en los seminarios que organizó la Universidad donde estaba entonces), y Riaza y el alcázar de Segovia y siempre Machado, por todas partes. No sé cuál es la solución al mundo que "desaparece". Solo sé buscar la poesía y la música de la vida:
 
"He vuelto a ver los álamos dorados".
 
He vuelto a ver los álamos dorados,
álamos del camino en la ribera
del Duero, entre San Polo y San Saturio,
tras las murallas viejas
de Soria -barbacana
hacia Aragón, en castellana tierra-.
Estos chopos del río, que acompañan
con el sonido de sus hojas secas
el son del agua, cuando el viento sopla,
tienen en sus cortezas
grabadas iniciales que son nombres
de enamorados, cifras que son fechas.
¡Álamos del amor que ayer tuvisteis
de ruiseñores vuestras ramas llenas;
álamos que seréis mañana liras
del viento perfumado en primavera;
álamos del amor cerca del agua
que corre y pasa y sueña,
álamos de las márgenes del Duero,
conmigo vais, mi corazón os lleva!
 
(Antonio Machado, "Campos de Castilla", 1912).
 
Y la Décima que Mahler no pudo completar (murió un año antes del libro de Machado) y que escuché ayer hasta cuatro veces seguidas por los campos de Castilla:
 

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