domingo, 18 de septiembre de 2022

"Ese doble que todos llevamos dentro".

Ayer desayuné en el Café Comercial. Frente a uno de sus espejos recordé un curioso ejercicio que nos mandó en clase el profesor de las asignaturas de Teoría de la Literatura y Lenguaje Literario (I y II) Ángel García Galiano. Debíamos mirarnos en un espejo durante 10 minutos seguidos para ver qué "veíamos" al final del ejercicio. Creo que me acordé de Ángel porque el otro día me envió una invitación para la presentación de su último libro. No pude ir, pero quedamos que vendrá al Gijón para hablarnos de él. Tampoco se me iba de la cabeza el rostro de Tilda Swinton que había visto el día anterior en el cine. La temática estructural del "doble" se encuentra en la base de muchos relatos debido a su tensión semántica interna. El doble ha sido un tema muy popular en la literatura oral y escrita desde la Antigüedad, el Surrealismo y la novela posmoderna. Octavio Paz expresó la angustia del ser humano en esa búsqueda del otro que es él mismo; su soledad se produce al estar separado de su ser, ya que es "dos". Todos estamos "solos" porque todos somos dos. El extraño, el otro, es nuestro doble. Una y otra vez intentamos asirlo, y una y otra vez se nos escapa. No tiene un rostro ni nombre, pero está ahí siempre, agazapado. Cada noche, por unas cuantas horas, volverá a fundirse con nosotros. En ese sentido el hecho de pensar o hablar de alguien no supone hacerlo únicamente de su existencia real, sino de las posibles trayectorias de la vida que él o ella podría seguir. Surgen, así, tres temas distintos, el tema de Orlando, el del Anfitrión y el del doble propiamente dicho, y en el primero pensé ayer (todo esto lo estudio con detalle en mi tesis de literatura sobre Murakami).
 
Ya he mencionado muchas veces que una de las grandes escritoras británicas del siglo XX es Virginia Woolf, en realidad de la literatura universal. Y una de sus más hermosas novelas es "Orlando" (1928), basada en la vida de Vita Sackville-West, su amante desde 1922 y también escritora. En 1992 Sally Potter filmó una de esas películas difíciles de olvidar y que tanto me recuerdan al mejor cine de Peter Greenaway. En ella, Tilda Swinton interpreta a Orlando, una criatura melancólica e independiente, un ser ambiguo e inmortal que con el paso de los siglos pasa de hombre a mujer, mientras bucea en los misterios de la vida, el arte y la pasión.
 
La escena del laberinto me gusta especialmente:
 

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