Ayer por la mañana estuve paseando un rato cerca de casa y, tras dejar atrás la Plaza de España y el Instituto Cardenal Cisneros (en el que, por cierto, dio clases Paqui), me detuve en la esquina de San Bernardo porque de una casa próxima venían unas voces de ópera. Recordé que enfrente está la Escuela Superior de Canto de Madrid. Escuché un rato, después entré en el portal de la escuela y supuse que estaban ensayando ya que por la tarde daban un concierto con canciones de Granados, Turina y Vives, entre otros, sobre poemas del Siglo de Oro, de Garcilaso, Lope de Vega, Quevedo y Góngora. Volví a la calle y continué escuchando a Teresa Berganza cantando a Scarlatti.
Ayer había decidido hacer mi particular homenaje a su hermosa voz de mezzosoprano tras su muerte en mayo pasado, con "Quell’esser misero" (Incanto), "Luce degl’occhi miei" (Ultimo bacio) y "Datti pace, o sventurato" (L’Incostante). Son tres arias de "Il prigioniero fortunato", de 1698. Al piano estaba Félix Lavilla:
Me metí en uno de esos Cafés de diseño que abundan en el centro de Madrid y, mientras observaba a los clientes, la mayoría jóvenes extranjeros, seguí escuchando a Berganza. Era la constatación de cómo se pueden unir la música, la literatura, el talento y el paso del tiempo. Y al final un jueves puedes regresar al Siglo de Oro a través de la literatura. Es lo que tienen las tardes de Madrid.
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