La poesía de Miguel Ángel siempre se ha considerado algo menor dentro de su obra e incluso él no se veía como poeta ni en realidad como pintor, algo curioso después de pintar, por ejemplo, el Tondo Doni -la belleza al temple y óleo que está en los Uffici de Florencia-, y la Sixtina, unos años después. De Masaccio aprendió esa idea del desnudo vestido y de Da Vinci la composición general, la psicología de cada personaje y la superposición de planos. En realidad Miguel Ángel fue escultor, arquitecto, pintor, dibujante y poeta, un artista total que se acercó al delirio con la materia y el material, ya fueran los bloques de mármol de Carrara, los pigmentos o los poemas. Su poesía es conceptual, olvida a Petrarca y sublima el amor platónico. Lee a Dante a partir de los comentarios de Landino y sigue a Platón gracias al filósofo Ficino. En este neoplatonismo se integra su amor por la belleza masculina, representada por los sonetos que dedicó a Tommaso Cavalieri, del que se enamoró con 57 años mientras que el joven tenía 40 años menos; parece ser que fue correspondido. Y pienso en los tercetos del Soneto XXXVIII, el más famoso dedicado a su joven amor, traducidos por Villena para Cátedra.
“Por ello si el golpe que arrebato y robo
no puedo esquivar, que ese es mi destino,
¿quién quedará entre dulzura y duelo?
Si preso y vencido debo ser dichoso,
maravilla no es que solo y desnudo
de un caballero armado en prisión me vea”.
Y pienso que el artista está prisionero de su caballero, como yo lo estoy de ti en el interior de esa fotografía.
Amanece:
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