Uno de los regalos de mi "no cumpleaños" es una nueva edición de "El cine según Hitchcock", de François Truffaut. Por casa tiene que andar una edición más antigua. Todavía recuerdo la primera vez que vi en el cine algunas de sus películas en la Filmoteca Nacional que estaba en López de Hoyos, después se trasladó al Círculo de Bellas Artes y más tarde al Doré. Yo tenía 16 años y ya las había visto en TV. Entonces entendí que el cine no es inferior a la literatura, como dijo Bergman y recuerda Truffaut, y a Hitchcock habría que clasificarlo junto a Poe, Dostoyevski y Kafka (estudió ingeniería en su juventud, y eso se nota en sus películas, con sus conocimientos sobre la teoría de las leyes de la fuerza y el movimiento, y la teoría y la práctica de la electricidad). "Vértigo", "Con la muerte en los talones", "Psicosis" y "Los pájaros" son un ejemplo evidente. Pasados los años revisé toda su filmografía, incluso la británica de los años 30, y llegué a la conclusión de que es el mayor "novelista" del siglo XX, aunque a través de las imágenes, no de las palabras. Y Truffaut también lo creía. ¿Cómo expresar la vida y el arte de una manera solo visual? Truffaut dice en la introducción de este libro, al que dediqué varias horas ayer por la mañana, que Hitchcock fue uno de los grandes inventores de formas de la historia del cine, comparable a Eisenstein y Murnau, algo esencial ya que es la forma la que crea el contenido. Esto es lo que defiendo continuamente para la literatura, como he intentado plasmar en mis novelas y cuentos, y repito en mis tertulias. Los textos cuentan siempre los mismos temas, pero lo que los hace buenos es la "forma" que adquieren en cada momento de la historia. Hitchcock es de los escasos cineastas que puede filmar y hacernos perceptibles los pensamientos de uno o de varios personajes sin la ayuda del diálogo. En ese sentido Truffaut también se acuerda de Stroheim, Lubitsch, Ford, Hawks y Welles.
Mientras me tomo el primer café de este domingo donde dicen que va a nevar, recuerdo una escena mágica, onírica entre James Stewart y Kim Novak de la que también habla el ensayo "Vértigo y pasión" del filósofo Eugenio Trías. No hay apenas palabras, solo miradas, la de él desnudándola sin que se quite la ropa y la de ella entregándose a un sueño:
¿El escritor no se pasa todo el tiempo desnudando a sus personajes?
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