Nunca se me han
caído los anillos por viajar en el Metro. Suelo mirar a todo el mundo
porque la gente me cae bien. Me fijo en los rostros, en el calzado, en
la ropa que llevan encima. Supongo que lo hago al ser escritor o tan
solo un tipo curioso. Estar en un vagón de Metro sería lo mismo que
hacerlo en un avión, un tren, un autobús, una biblioteca, la
universidad, un museo, un café o dar un lento paseo por la calle (nunca
he entrado en una discoteca, así que no
puedo hablar de ellas). Cuando era joven resultaba sencillo ligar en
esos lugares, aunque para ser sincero nunca he sabido ligar, siempre me
han ligado a mí (por cierto no logro entender por qué tanta gente
necesita conocer a otras personas a través de páginas de "contactos" e
incluso de las redes sociales, con lo entretenido que es el mundo real).
Y hablando del mundo real el otro día me encontré al señor de la
fotografía a la salida de la estación de Metro que lleva su nombre, en
la Ciudad Universitaria, me hizo un gesto con las cejas para que me
parara y me dijo que la memoria de un hombre está en sus besos. También
me dijo que quien hace muchas cosas vive y no muere aunque se muera.
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