Ayer martes no tuvimos tertulia en el "Café Gijón", y hoy quiero
referirme a otra tertulia que tampoco pudo celebrarse hace un par de
meses.
Había invitado a la hija y al sobrino político de Gerardo Diego, Elena Diego y Fernando Jiménez-Ontiveros,
pero un día antes Fernando fue ingresado en el hospital. Hace unos días
me escribió para decirme que ya se encontraba mejor y quería darme las
gracias por la invitación. Espero que algún día los dos puedan venir
a la tertulia. Además de catedrática de literatura francesa, Elena es
vicepresidenta de la Fundación que lleva el nombre de su padre, y me
hubiera gustado decirles, tanto a ella como a Fernando, que Gerardo es
uno de esos nombres que se me quedaron grabados durante las clases de
literatura del colegio y, en concreto, el poema dedicado al ciprés de
Silos. Desde que tenemos uso de razón, las personas nos formamos con
detalles que pueden parecer insignificantes, pero que son esenciales
para lograr el equilibrio y la armonía interiores, y yo he tenido la
suerte de que me dieran clase algunos de los mejores profesores de este
país, como el padre Jesús Plaza, del colegio del Pilar, que, como he
dicho más de una vez, convertí en personaje de mi segunda novela, "Vivir
es ver pasar".
Y ahora "El
ciprés de Silos", de Gerardo Diego, el soneto perfecto, escrito un 4 de
julio de 1924, cuando el poeta tenía 27 años. Viajaba desde Santander,
su tierra natal, a Madrid y se detuvo en el Monasterio de Santo Domingo
de Silos para pasar la noche en su hospedería. Por la mañana lo escribió
en el libro de firmas. Otro maravilloso poeta, el poeta del amor por
antonomasia, el poeta de "la voz a ti debida", un Pedro Salinas influido
por Juan Ramón Jiménez y Garcilaso, le convenció para publicarlo dentro
del libro "Versos humanos", con el que ganaría el Premio Nacional de
Literatura el año 1925 (compartido con otro poeta maravilloso, Rafael
Alberti, y su "Marinero en tierra"):
"Enhiesto surtidor de sombra y sueño
que acongojas el cielo con tu lanza.
Chorro que a las estrellas casi alcanza
devanado a sí mismo en loco empeño.
Mástil de soledad, prodigio isleño,
flecha de fe, saeta de esperanza.
Hoy llegó a ti, riberas del Arlanza,
peregrina al azar, mi alma sin dueño.
Cuando te vi señero, dulce, firme,
qué ansiedades sentí de diluirme
y ascender como tú, vuelto en cristales,
como tú, negra torre de arduos filos,
ejemplo de delirios verticales,
mudo ciprés en el fervor de Silos".
"Enhiesto surtidor de sombra y sueño
que acongojas el cielo con tu lanza.
Chorro que a las estrellas casi alcanza
devanado a sí mismo en loco empeño.
Mástil de soledad, prodigio isleño,
flecha de fe, saeta de esperanza.
Hoy llegó a ti, riberas del Arlanza,
peregrina al azar, mi alma sin dueño.
Cuando te vi señero, dulce, firme,
qué ansiedades sentí de diluirme
y ascender como tú, vuelto en cristales,
como tú, negra torre de arduos filos,
ejemplo de delirios verticales,
mudo ciprés en el fervor de Silos".
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