miércoles, 11 de diciembre de 2019

"Gerardo Diego en la tertulia del Café Gijón".

Ayer martes no tuvimos tertulia en el "Café Gijón", y hoy quiero referirme a otra tertulia que tampoco pudo celebrarse hace un par de meses.

Había invitado a la hija y al sobrino político de Gerardo Diego, Elena Diego y Fernando Jiménez-Ontiveros, pero un día antes Fernando fue ingresado en el hospital. Hace unos días me escribió para decirme que ya se encontraba mejor y quería darme las gracias por la invitación. Espero que algún día los dos puedan venir a la tertulia. Además de catedrática de literatura francesa, Elena es vicepresidenta de la Fundación que lleva el nombre de su padre, y me hubiera gustado decirles, tanto a ella como a Fernando, que Gerardo es uno de esos nombres que se me quedaron grabados durante las clases de literatura del colegio y, en concreto, el poema dedicado al ciprés de Silos. Desde que tenemos uso de razón, las personas nos formamos con detalles que pueden parecer insignificantes, pero que son esenciales para lograr el equilibrio y la armonía interiores, y yo he tenido la suerte de que me dieran clase algunos de los mejores profesores de este país, como el padre Jesús Plaza, del colegio del Pilar, que, como he dicho más de una vez, convertí en personaje de mi segunda novela, "Vivir es ver pasar".

Y ahora "El ciprés de Silos", de Gerardo Diego, el soneto perfecto, escrito un 4 de julio de 1924, cuando el poeta tenía 27 años. Viajaba desde Santander, su tierra natal, a Madrid y se detuvo en el Monasterio de Santo Domingo de Silos para pasar la noche en su hospedería. Por la mañana lo escribió en el libro de firmas. Otro maravilloso poeta, el poeta del amor por antonomasia, el poeta de "la voz a ti debida", un Pedro Salinas influido por Juan Ramón Jiménez y Garcilaso, le convenció para publicarlo dentro del libro "Versos humanos", con el que ganaría el Premio Nacional de Literatura el año 1925 (compartido con otro poeta maravilloso, Rafael Alberti, y su "Marinero en tierra"):

"Enhiesto surtidor de sombra y sueño
que acongojas el cielo con tu lanza.
Chorro que a las estrellas casi alcanza
devanado a sí mismo en loco empeño.

Mástil de soledad, prodigio isleño,
flecha de fe, saeta de esperanza.
Hoy llegó a ti, riberas del Arlanza,
peregrina al azar, mi alma sin dueño.

Cuando te vi señero, dulce, firme,
qué ansiedades sentí de diluirme
y ascender como tú, vuelto en cristales,

como tú, negra torre de arduos filos,
ejemplo de delirios verticales,
mudo ciprés en el fervor de Silos".




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