viernes, 20 de diciembre de 2019

"Unidos por la literatura a través de mi foulard".

Tomándome ayer por la tarde una manzanilla con Clara Obligado, una de las escritoras e intelectuales españolas (es argentina, pero lleva en España casi toda la vida), más relevantes e influyentes del mundo literario de este país. Llevábamos varios meses dando vueltas para quedar y tomarnos un café, y no nos poníamos de acuerdo. Al final elegimos el mejor sitio, la cafetería del Hotel Reina Victoria, en la Plaza Santa Ana. Ahí situé la librería de mi novela "Las mentiras inexactas, donde se reúnen todos los amigos bohemios que he conocido a lo largo de mi vida (como el pintor Antonio Zaballos, que ha hecho las portadas de mis novelas), así como las viudas de Borges, Alberti, Saramago y Sampedro. La novela termina en un balcón de la penúltima planta del hotel, donde sale la chica desnuda, cubierta solamente por una sábana, para mirar la plaza de noche, y el chico la observa mientras escribe en su cabeza la que podría ser una futura novela. Ahí mismo he dormido yo varias veces. Ya sé que parece que mi vida siempre ha sido pura literatura, pero es que es verdad.
Porque quedar con Clara Obligado es continuar hablando de literatura. Por la mañana había formado parte del jurado del Premio de Narrativa de El Ojo Crítico de RNE, que fue a parar a manos de Irene Vallejo con "El infinito en un junco". A su vez, la había entrevistado Susana Santaolalla para hablar de su último libro, "La biblioteca de agua", del que hice una crítica en mi blog hace un tiempo. Además el Taller Literario que dirige Clara es el decano de los talleres de este país. Dicho eso, lo importante fue la conversación que mantuvimos durante casi dos horas. Clara se quejó "cariñosamente" de que yo no paré de hablar (lo que siempre me dicen mis alumnos, y también en casa), pero ella también lo hizo, de los premios literarios, de la literatura de calidad, del amor cortés y romántico, y de Borges, su querido Borges. Esta vez no perdí el foulard, como me pasó hace poco con el paraguas mientras charlaba en otro hotel con Florencia del Campo, otra estupenda novelista argentina.

Como seguía lloviendo sobre Madrid, Clara me acompañó con su paraguas hasta la Puerta del Sol.

En fin, literatura.

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