Ayer pensé en ese
lugar después de que Charo Alonso Panero, mi admirada amiga de La
Laguna, y una mujer universal, me regalara por aquí un collage repleto
de paz, agua y uno de mis libros de cuentos. Es un paraje hermoso del
municipio leonés de Hospital de Orbigo que pertenece a su familia. Está
próximo a Astorga, lugar donde nació Leopoldo Panero, y al que Charo
llevó hace poco las cenizas de su primo, el poeta Leopoldo María, para
que fuera enterrado en el panteón familiar, donde también descansa
"Michi". La casa familiar se va a convertir pronto en el Museo de los
Panero. En 2015 estuve en una librería de León presentando,
precisamente, ese libro de cuentos, al igual que la poeta y abogada
alicantina Gabriela Amorós Seller con su libro "La fragua cero", del que
escribí el prólogo. Fue una presentación cruzada; Gabriela presentó mi
libro y yo presenté el suyo. Continuando con esta vida literaria que me
gusta llevar y de la que siempre me apetece rodearme, diré que el jueves
pasado fue el aniversario de la muerte de Leopoldo Panero. Entonces
Charo me envió por Wasap el conocido epitafio de su tío, que se publicó
después de su muerte:
"Ha muerto
acribillado por los besos de sus hijos,
absuelto por los ojos más dulcemente azules
y con el corazón más tranquilo que otros días,
el poeta Leopoldo Panero,
que nació en la ciudad de Astorga
y maduró su vida bajo el silencio de una encina.
Que amó mucho,
bebió mucho y ahora,
vendados sus ojos,
espera la resurrección de la carne
aquí, bajo esta piedra".
Leopoldo fue un gran seguidor de su maestro Antonio Machado. Por contra su hijo Leopoldo María, del que hablé en la conferencia de la Universidad de la Laguna a la que me invitó Charo en diciembre de 2019, es claramente "antimachadiano". Como un buen hijo no pudo dejar de contestar al padre, aunque sea mediante una carta a lo Kafka, en un poema de su libro "Teoría" (1973). Siempre escatológico, en el doble sentido de la palabra, imagina un futuro de convivencia con el padre, en una situación de amor y odio a un tiempo:
"Glosa a un epitafio"
(carta al padre)
"Solos tú y yo, e irremediablemente
unidos por la muerte: torturados aún por
fantasmas que dejamos con torpeza
arañarnos el cuerpo y luchar por los despojos
del sudario, pero ambos muertos, y seguros
de nuestra muerte; dejando al espectro proseguir en vano
con el turbio negocio de los datos: mudo,
el cuerpo, ese impostor en el retrato, y los dos siguiendo
ese otro juego del alma que ya a nada responde,
que lucha con su sombra en el espejo-solos (...)"
Para terminar de esta forma:
"De ese beso, final, padre, en que desaparezcan
de un soplo nuestras sombras, para
asidos de ese metro imposible y feroz, quedarnos
a salvo de los hombres para siempre,
solos yo y tú, mi amada,
aquí, bajo esta piedra".
En fin, vidas y obras de artistas.
acribillado por los besos de sus hijos,
absuelto por los ojos más dulcemente azules
y con el corazón más tranquilo que otros días,
el poeta Leopoldo Panero,
que nació en la ciudad de Astorga
y maduró su vida bajo el silencio de una encina.
Que amó mucho,
bebió mucho y ahora,
vendados sus ojos,
espera la resurrección de la carne
aquí, bajo esta piedra".
Leopoldo fue un gran seguidor de su maestro Antonio Machado. Por contra su hijo Leopoldo María, del que hablé en la conferencia de la Universidad de la Laguna a la que me invitó Charo en diciembre de 2019, es claramente "antimachadiano". Como un buen hijo no pudo dejar de contestar al padre, aunque sea mediante una carta a lo Kafka, en un poema de su libro "Teoría" (1973). Siempre escatológico, en el doble sentido de la palabra, imagina un futuro de convivencia con el padre, en una situación de amor y odio a un tiempo:
"Glosa a un epitafio"
(carta al padre)
"Solos tú y yo, e irremediablemente
unidos por la muerte: torturados aún por
fantasmas que dejamos con torpeza
arañarnos el cuerpo y luchar por los despojos
del sudario, pero ambos muertos, y seguros
de nuestra muerte; dejando al espectro proseguir en vano
con el turbio negocio de los datos: mudo,
el cuerpo, ese impostor en el retrato, y los dos siguiendo
ese otro juego del alma que ya a nada responde,
que lucha con su sombra en el espejo-solos (...)"
Para terminar de esta forma:
"De ese beso, final, padre, en que desaparezcan
de un soplo nuestras sombras, para
asidos de ese metro imposible y feroz, quedarnos
a salvo de los hombres para siempre,
solos yo y tú, mi amada,
aquí, bajo esta piedra".
En fin, vidas y obras de artistas.
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