lunes, 31 de agosto de 2020

"Hace tiempo que no voy a pasear por León".

Ayer pensé en ese lugar después de que Charo Alonso Panero, mi admirada amiga de La Laguna, y una mujer universal, me regalara por aquí un collage repleto de paz, agua y uno de mis libros de cuentos. Es un paraje hermoso del municipio leonés de Hospital de Orbigo que pertenece a su familia. Está próximo a Astorga, lugar donde nació Leopoldo Panero, y al que Charo llevó hace poco las cenizas de su primo, el poeta Leopoldo María, para que fuera enterrado en el panteón familiar, donde también descansa "Michi". La casa familiar se va a convertir pronto en el Museo de los Panero. En 2015 estuve en una librería de León presentando, precisamente, ese libro de cuentos, al igual que la poeta y abogada alicantina Gabriela Amorós Seller con su libro "La fragua cero", del que escribí el prólogo. Fue una presentación cruzada; Gabriela presentó mi libro y yo presenté el suyo. Continuando con esta vida literaria que me gusta llevar y de la que siempre me apetece rodearme, diré que el jueves pasado fue el aniversario de la muerte de Leopoldo Panero. Entonces Charo me envió por Wasap el conocido epitafio de su tío, que se publicó después de su muerte:

"Ha muerto
acri­bi­llado por los besos de sus hijos,
absuelto por los ojos más dul­ce­mente azules
y con el cora­zón más tran­quilo que otros días,
el poeta Leo­poldo Panero,
que nació en la ciu­dad de Astorga
y maduró su vida bajo el silen­cio de una encina.
Que amó mucho,
bebió mucho y ahora,
ven­da­dos sus ojos,
espera la resu­rrec­ción de la carne
aquí, bajo esta piedra".


Leopoldo fue un gran seguidor de su maestro Antonio Machado. Por contra su hijo Leopoldo María, del que hablé en la conferencia de la Universidad de la Laguna a la que me invitó Charo en diciembre de 2019, es claramente "antimachadiano". Como un buen hijo no pudo dejar de con­tes­tar al padre, aun­que sea mediante una carta a lo Kafka, en un poema de su libro "Teo­ría" (1973). Siem­pre esca­to­ló­gico, en el doble sen­tido de la palabra, ima­gina un futuro de con­vi­ven­cia con el padre, en una situa­ción de amor y odio a un tiempo:

"Glosa a un epitafio"
(carta al padre)


"Solos tú y yo, e irremediablemente
unidos por la muerte: torturados aún por
fantasmas que dejamos con torpeza
arañarnos el cuerpo y luchar por los despojos
del sudario, pero ambos muertos, y seguros
de nuestra muerte; dejando al espectro proseguir en vano
con el turbio negocio de los datos: mudo,
el cuerpo, ese impostor en el retrato, y los dos siguiendo
ese otro juego del alma que ya a nada responde,
que lucha con su sombra en el espejo-solos (...)"


Para terminar de esta forma:

"De ese beso, final, padre, en que desaparezcan
de un soplo nuestras sombras, para
asidos de ese metro imposible y feroz, quedarnos
a salvo de los hombres para siempre,
solos yo y tú, mi amada,
aquí, bajo esta piedra".


En fin, vidas y obras de artistas.



 

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