"He tratado de descubrir la esencia de la bohemia más progresista que aflora en cada escena para regalarnos el misterio de la creación literaria con sus miserias, mezquindades y placeres. Circunstancias diversas envueltas en glamour de un Madrid literario, poético y musical. Ese proceso creativo transforma la realidad para convertirla en una historia individual que pueda cautivar al mundo".
He tenido que pedir disculpas a la autora de esas palabras y de una nueva reseña sobre mi novela "Poeta en Madrid", la escritora Teresa Sánchez, porque las publicó a primeros de abril, en Instagram, y me he tomado unas vacaciones de casi dos meses en esa red social (a punto estuve de hacerlo en esta otra). Aun así, he remarcado tales palabras porque me definen (Teresa participa en la tertulia del Gijón siempre que puede). Hablar de "bohemia progresista" dice bastante de mi forma de entender el mundo; también me convence eso otro del "glamour de un Madrid literario, poético y musical", y su alusión al carácter universal de la novela. Y ya que Beethoven es uno de los personajes y Teresa lo cita en su texto, me tomo un café y escucho una de sus sonatas, la 29, que pude escuchar en directo por última vez en el Ateneo antes de que empezara la pandemia, tras tomarme un batido de vainilla en la cafetería de la rotonda del Hotel Palace, que es uno de los sitios más glamurosos de mi querido Madrid, con la cúpula acristalada desde donde puedo trasladarme a los salones de té de Proust mientras alguien toca al piano la sonata de Vinteuil. Proust utiliza la frase musical para describir cómo evolucionan los sentimientos de Swann por Odette y perfilar una auténtica teoría de la experiencia estética que se completa con otras reflexiones sobre las demás disciplinas artísticas. Únicamente cinco notas se pueden combinar infinitamente (por ahí están las escalas pentatónicas, que desde los sakuras de Japón a los blues de Texas llevan usándose siglos), en busca de una ductilidad semántica, que depende no de la frase en sí sino de quien la escucha.
La versión de Valentina Lisitsa de la sonata 29 de Beethoven que seguro que Proust conocía de memoria es espléndida. Y el segundo movimiento es como si se derritiera en mis oídos como el batido de vainilla en los labios:
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