"Le lavoir au lézard bleu" o, como diría Wittgenstein en una de las proposiciones de su Tratado, cómo establecer nuestro mundo a través de los límites de nuestro lenguaje.
Javier me dijo una vez que su padre murió escuchando el Segundo Concierto de piano de Brahms. Estaba en el hospital y pusieron el concierto en TV. Javier le había llevado unos auriculares y su padre pudo escucharlo, mientras él solo veía las imágenes:
“No porque ese lavadero sea ya el lugar de mi infancia, ni siquiera uno de sus lugares, puesto que no he tenido infancia y me ha sido preciso inventármela día a día; sino porque ese lugar que poco a poco se está volviendo sagrado para mí, desde el día en que mi padre me habló de él, justo antes de morir, siempre me había sido un lugar prohibido”.
El narrador de la acción de "El lavadero del lagarto azul", la novela publicada directamente en francés por Javier del Prado, de la que nos habló ayer por la tarde en la tertulia on line del Gijón, nació en Toledo. Es una novela autobiográfica donde él no es exactamente el protagonista. Si su anterior novela, "El año de los tulipanes", es la novela del padre, esta es la novela del hijo, en busca del padre, de la reconstrucción de un padre que murió tras escuchar a Brahms. Y Toledo, el Barrio de los Portugueses… el pequeño lavadero que se ha ido convirtiendo desde la muerte de su padre en aquel “lugar” obsesivo de la ensoñación y del deseo del narrador. Y hacia él nos lleva a lo largo del libro, aunque su voluntad más profunda no quiera llegar. Rodeando de trampas los alrededores de su conciencia, con el fin de retrasar la llegada, el narrador va desvelando poco a poco la verdadera razón de su paseo laberíntico por los barrios del río. Es su derecho a conservar el secreto de las notas que ha ido tomando de noche, “envuelto en la luz rojiza del cuarto en el que mi padre se moría”, a la vez que el deseo íntimo de llegar a la meta de su viaje a través del secreto de esas notas.
¿He dicho notas en una libreta o en un concierto de Brahms o una sinfonía de Mahler?
Pensando que a veces la belleza es enemiga de la verdad, en cierto momento pedí a Javier que volviera a contar su infancia, la salida de España hacia Italia con once años y después a Francia e incluso a Madagascar. Al final regresamos a África cuando Javier recitó unos fragmentos del poema "Elegía a la muerte de Julienne Danielle". Ya antes habían intervenido para hablar de él Angesl Santa Bañeres (catedrática de literatura de la Universidad de Lleida, en la segunda foto, una mujer encantadora y gran amiga suya), Lourdes Carriedo (también catedrática de literatura, en este caso de la Complutense y discípula de Javier, en la tercera foto), Silvia Ramos, María José Muñoz Spínola, El Príncipe Hamadour(estudiante de la Universidad de Maroua, en Camerún, y discípulo del profesor que se encuentra escribiendo un ensayo sobre mi obra, Patrick Toumba y Almudena Mestre, entre otros.
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