Ayer escuchaba Radio Clásica y en cierto momento la presentadora del programa de peticiones de los oyentes dijo esta frase: "En una época en que estamos instalados en la queja, quizá sea necesario buscar cualquier resquicio de luz y de aire fresco". Y después puso la canción que le pedía una señora, "El cochecito", la música que el compositor valenciano Miguel Asins Arbó compuso para la película del director italiano Marco Ferreri con un guión de Rafael Azcona y que interpretó aquel milagro del cine español llamado José Isbert (en una foto de la película). Miguel Asins Arbó también compuso las bandas sonoras de "Plácido" y "El verdugo", de Berlanga, por decir las más conocidas.
Y acto seguido me puse a pensar un rato, cosa que suelo hacer a veces y no me cuesta demasiado.
Creo que hay demasiadas personas que viven en el enfrentamiento constante y están convencidas de que Hegel fue un jugador alemán de fútbol, o quizá rumano o búlgaro. No tienen ideas propias y se dedican a criticar las de los demás. Son los cotillas que se pasan el día mirando la vida de los otros a través de la ventana, real o de las redes sociales, a los parásitos que se aprovechan de la brillantez ajena, a los apocalípticos obsesionados con el fin del mundo, a los soberbios, a los vanidosos, a los mediocres, a los que saben cómo debe funcionar una Democracia y el Sistema Educativo y la Política Económica y, por supuesto, cómo terminar con la pandemia. Como la cosa no sucede según sus gustos, se quejan de todo y quieren imponer sus obsesiones sobre la moral y la ética, la forma de vestir, de pasear, de correr, de leer, de pensar. A estos no les pidas que lean a Joyce, Proust, Borges, Eliot, Pound y Murakami, pues te dirán que son un aburrimiento y que ellos escriben mejor, lo que también ocurre con el cine de Tarkovski, Kar-way o Erice, con los que se ve crecer la hierba. Ah, y que Woody Allen es un depravado porque lo han visto en la tele y lo dice no sé quién.
La verdad es que siempre he preferido la compañía de un tipo como Pepe Isbert a bordo de su cochecito a través de las calles de aquel Madrid de 1960 mientras escucho el Fox-trot de Asins Arbó. Quizá por eso siempre he tenido el mundo en mis manos:
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