Ayer por la tarde estuve y no estuve en la tertulia del Café Gijón, lo que se convirtió en una especie de metáfora sobre el significado de la tertulia con el cuento de Cortázar y la película de Antonioni. Tenía que acabar de impartir un máster a lo largo de muchas horas, y en un descanso cambié de aula y ordenador (es la fascinación de las nuevas tecnologías), saludé a los tertulianos, me referí al tema que fusiona la realidad con la ficción (intelectualmente siempre me ha interesado este asunto, y por eso quería que se hablara de él en la tertulia), me fui al Oriente Medio (el máster era sobre Geopolítica internacional) y regresé al final. Entretanto los tertulianos ya habían analizado el cuento de Cortázar "Las babas del diablo" y la película de Antonioni, "Blow up", basada en este cuento. María José Muñoz Spínola aludió al origen real del cuento, una fotografía del chileno Sergio Larraín, que trabajaba para la Agencia Magnum de Cappa y Cartier Bresson, de la catedral de Notre Dame, donde, al revelar la foto, encontró al fondo, casi imperceptibles, a una pareja haciendo el amor. Este hecho inspiró a Cortázar, que en su cuento cambió el acto sexual por un asesinato, con el objeto de reflejar en el texto lo que está y lo que no está, tanto en la vida como en la literatura. En estos días he estado leyendo algunas cosas sobre Larraín y eso es lo que conté en la tertulia cuando me incorporé. El padre de Larraín fue un arquitecto importante en Chile, pero a él le fascinó el mundo de la fotografía. Vendió dos fotos al Museo de Arte Moderno de Nueva York y allí empezó su mundo artístico. La foto que he puesto se conoce como "la foto mágica". Una chica se acerca a nosotros y otra, que parece la misma muchacha, se aleja por unas escaleras, pero tres años después, como si por bajar esos escalones también pasaran los años. Larraín se refirió en algún libro a que lo esencial era fotografiar el aire que estaba circulando cuando se sacaba la fotografía, es decir, captar el milagro de la vida. Después del éxito de "Blow up" y algún año más trabajando para la Magnum, Larraín se volvió a Chile y casi dejó de trabajar. Se dedicó al misticismo y se pasaba las horas viendo cómo corría un río cerca de su casa en el campo. Creo que lo que consiguió, al fin, con sus fotografías fue captar su propia respiración.
Ahora me tomo el primer café de la mañana, escribo este pequeño texto y escucho una canción de otro místico que falleció ayer, que también supo capturar el presente:
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