Una de las cosas que más me gustan de la Universidad es la hierba, y "espero que no se me malinterprete", digo siempre a mis alumnos cuando les digo esto y otras cosas parecidas. Ayer estuve leyendo un volumen de cuentos, "Vigilia en Velora" (2020), del escritor de Tenerife Iván Cabrera Cartaya (1980), editado por la Fundación Caja Canarias. Se nota que es licenciado en filología hispánica y clásica, porque el lenguaje no tiene secretos para él. En sus 40 años de vida le ha dado tiempo a leer con detalle a Rulfo (algo que se observa en los ocho cuentos de su libro, y más que nada en los dos primeros, "Santa Teresa" y "Velora"), así como a Borges, Bioi Casares, García Márquez (en los cuentos citados y en los demás también encuentro la "Crónica de una muerte anunciada") y a los grandes autores de la literatura norteamericana.
De regreso a casa, escucho esta música:
Y vuelvo a sentir la atmósfera que impregna las páginas del libro de Iván. No sé porqué he visto a Bach y al contrapunto entre ellas. Tal vez sean las sensaciones oníricas de la Santa María de Onetti, aquel mundo irreal que a veces me ha recordado a las primitivas ciudades coloniales y otras a Santa Cruz de Tenerife, La Laguna o Tacoronte con esa especie de la mística de la literatura abandonada, algo que se perdió con la vieja historia de los guanches o los mayas, camino de una inmensa necesidad de ficción, con los borrachos dormidos en las tabernas y los jóvenes letraheridos. Antes que narrador Iván es poeta o lo es su forma de mirar.
O lo es la forma en la que yo leo y miro la vida y le pongo música, tras advertir que una pequeña hoja se me ha quedado pegada a la camiseta negra mientras me tomo el primer café de la mañana.
En realidad todas mis camisetas son negras y todas llevan música, a veces de guitarra:
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