jueves, 13 de enero de 2022

"La gente necesita hacer más el amor".

Es una frase que decía siempre uno de mis compañeros de trabajo cuando se acercaban las 18 horas para que cerrara la Bolsa. Era la época en la que trabajaba como bróker y aumentaban los nervios a esa hora. Ayer nos encontramos por la calle; hacía más de 10 años que no nos veíamos. Decidimos entrar en un bar de Malasaña para charlar un poco, al lado del Café Ruiz y Puro Teatro donde tuve mis tertulias literarias antes de llevármelas al Café Gijón. Al salir me fijé en el cristal, me hizo gracia y saqué la fotografía que he puesto. He de reconocer que me fascinan las casualidades; casi siempre están ocurriendo cosas, muchas cosas, y la verdad es que me gusta que sucedan. Vivimos en el mejor de los mundos posibles -que desde luego es mejorable, como es obvio, pero seguimos evolucionando y soy un convencido progresista-, con las mejores cifras económicas, sociales y culturales de toda la historia, y precisamente, por eso, las expectativas crecen de forma exponencial y alguna gente se siente superada por las prisas y la aceleración de la propia vida. Es posible que una de las cosas que se estén perdiendo sea la paciencia, para estudiar, para leer, para pensar, para escribir, para amar. Tal vez el mejor antídoto contra las prisas, las jaquecas y el estrés acumulado sea sentarse frente a una chimenea y dedicarse a hacer el amor, tal y como decía mi amigo economista. (Por cierto, no he dicho que se llama Migueláñez). Y tampoco estaría mal escuchar, mientras tanto, "La valse à mille temps" con la voz de un Brel arrollador. 
 
El final siempre es satisfactorio por ambas partes, como sabe todo el mundo:
 

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