Un domingo en Madrid se pueden hacer muchas cosas, pero a mí siempre se me ocurren las mismas. En cierto sentido, soy un tipo bastante aburrido.
En la primera foto me meto, literalmente, con sombra y todo, en la exposición "El barco ebrio" a partir del famosísimo poema de Arthur Rimbaud. Luego me voy alejando a través del cuadro "Democracia" del artista checo Jiri Georg Dokoupil, paso por la instalación "Doña Concha" de la argentina Marcia Schvartz y "La gran muchedumbre" de Antono Saura y llego a la plaza de entrada al museo. En los años 80, Ruy Fuchs -comisario de la Documenta de Kassel- contempló la posibilidad de titular así esta muestra. El poema de Rimbaud aludiría a la deriva de un arte que navegaba sin rumbo fijo, al margen de las "guerras de estilo". Y aquella ausencia de hegemonías se tradujo en un eclecticismo de las formas que definieron las prácticas artísticas de esos tiempos. Una parte de la historiografía lo interpretó como un giro hacia valores conservadores, con la ausencia de la historia y de la crítica, y la recuperación del individualismo artístico, dentro de una realidad social y política dominada por la era Reagan/ Thatcher. En España la "joven" democracia impulsaba una institucionalización del arte que reemplazase las luchas sociales contra el franquismo. Y en este contexto la creación de la feria ARCO o del Reina Sofía se acompañó de una intensa política de exposiciones tanto fuera como dentro del país. Frente a este aparente conservadurismo, surgieron varias prácticas de desobediencia que expresaron su descontento con las instituciones y se enfrentaron a crisis como la pandemia del SIDA. Es el arte que apostó por las actitudes pospunk y las nuevas versiones del feminismo y de la subversión de los cuerpos.
Ya en la calle me puse a tomar el sol un rato en la plaza, que desde el año 2018 se llama Plaza de Juan Goytisolo gracias a Carmena. El novelista que me reconcilió con la gran literatura española debido a su obra "Las virtudes del pájaro solitario" (1988), tan borgiana y tan mística a lo Juan de la Cruz y que falleció en 2017, solía decir que el mundo es la casa de los que carecen de ella. De algún modo es una plaza abierta al mundo y desde luego pertenece a mi mundo. Desde ella salían hace varios años los autobuses verdes que me llevaban a la Universidad Carlos III de Getafe cuando fui profesor allí, y cuenta con un Pinocho donde mi hijo se ha comido desde que era pequeño todos los espaguetis de este mundo.
Antes de bajar al parking de la plaza, me fijé en un grupo de jóvenes y niños africanos que cantaban junto al Conservatorio una canción tradicional de Liberia que ensayó mi hijo en 2º de Carrera:
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