sábado, 26 de marzo de 2022

"Comiendo ayer en Casa Manolo con Javier del Prado".

"La ciudad universitaria estaba atascada, y tardaron media hora en llegar. A ella no le importó gran cosa; sabía que el restaurante estaba lleno de magia, en los juguetes de la vitrina que separaba los dos comedores y en el mismo fricasé que todavía no se le había olvidado preparar al cocinero. En la vitrina había juguetes antiguos, muñecas de rostro perfecto, trenes de hojalata, coches extraños, payasos melancólicos, pelotas desinfladas, aros irrespetuosos con la lógica, patinetes que parecían bicicletas. Eran juguetes aún más antiguos que ella, fragmentos de lata encerrados en una vitrina.
 
Era uno de los restaurantes favoritos de Neruda, dijo Nora mientras atravesaban la cafetería. Había fotos del Madrid antiguo colgadas en las paredes, en blanco y negro, un Madrid desaparecido hacía tiempo (...) José Luis Sampedro entró en el restaurante con Olga Lucas". 
 
Son dos párrafos de mi novela "Las mentiras inexactas", página 99. Ayer viernes el poeta, profesor y crítico literario Javier del Prado y yo comimos en este restaurate de Moncloa, junto a esa vitrina de juguetes antiguos que he descrito. El dueño, José Ramón, con el que siempre he hablado de literatura, se acaba de jubilar, y ahora el restaurante está a cargo de sus tres hijos. Lo mío fue una ensalada de canónigos y un risotto de trufas, y lo de Javier unas mollejas y media ración de callos a la madrileña, con un buen Rioja. La comida la pagó Javier y además me dedicó el libro de sus compañeros de la Universidad Complutense después de su jubilación: "Poeta, entre profesor y crítico. Homenaje a Javier del Prado". Javier es uno de los intelectuales más prestigiosos que tenemos en este país, como profesor y crítico, y un poeta que debería ser más conocido. Javier es un creador. Lo esencial de un poeta (de cualquier artista de este siglo XXI que pretenda comunicar algo nuevo tras Rilke, Eliot o JRJ) es tener, como es lógico, un estilo propio, y saber de literatura. Se crea y se construye desde el conocimiento, lo que sucede con el edificio del arquitecto, que no queremos que se caiga, la escultura del escultor, el cuadro del pintor, la sinfonía del músico, la película del director de cine y el texto del escritor. Si un texto se me cae de las manos es como si se me cayera un edificio encima.
 
Ayer repetí a mis alumnos en clase que nunca pierdan la curiosidad por el conocimiento, uno de los secretos de la felicidad. Ni desde luego las ganas de escuchar una buena música, como este Sibelius absolutamente magistral, al que Javier se ha acostumbrado ante mi insistencia:
 

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