No daba crédito a lo que me decían mis oídos. El primer movimiento de la sinfonía tenía resonancias de Wagner, el segundo y el tercero de Mahler, y el cuarto de Brahms y Bach. María José Muñoz Spínola me habló de esta sinfonía hace un par de semanas, y acto seguido me la envió por Wasap. Era la primera vez que la escuchaba. Hans Rott padeció esquizofrenia, compartió habitación con Mahler en el Conservatorio y estudió órgano con Bruckner. Tras varios intentos de suicidio murió joven, de tuberculosis, y antes había destruido la mayor parte de sus composiciones.
Mahler dijo tras la muerte de Rott:
"Un músico de genio que murió sin el reconocimiento deseado en el mismo umbral de su carrera. Lo que la música ha perdido con él es inconmensurable: su genio se elevaba a tal altura, ya en esa primera sinfonía que escribió con apenas 20 años, que no exagero al decir que fue el fundador de la Nueva Sinfonía".
Ahora me tomo el primer café de la mañana, vuelvo a escucharla y pienso en cuántos músicos, escritores y artistas en general habrán quedado en el anonimato a lo largo de la historia. Rott podría haber sido uno de los grandes compositores aunque, pensándolo bien, en realidad lo fue. Estoy seguro de que sabía muy bien lo que estaba escribiendo. Su música muestra que era sumamente inteligente, a pesar de que Brahms y otros dijeran que no tenía talento o Mahler y Bruckner expresaran lo contrario. Lo importante es lo que pensara él, y, tras escuchar más de veinte veces esta sinfonía en los últimos días, estoy convencido de que era consciente de estar escribiendo una obra de arte.
Esta es una bella versión de la Orquesta Filarmónica de la Radio de Francia. El tercer movimiento, desde el m. 22.10, es sencillamente magistral y anuncia a Mahler, y a mí me hace feliz:
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