Ayer por la tarde reviví su segunda ópera, "Edgar". Hace un tiempo se la escuché a la Orquesta de RTVE en versión de concierto en el teatro Monumental y me inspiró uno de mis "Cuentos de los otros". Paseando por la mañana por Ferraz tomando el sol de diciembre de Madrid, crucé la sede nacional del PSOE y del Conservatorio y me fijé en la placa que recoge la visita de Puccini en el año 1892 para el estreno de su ópera en el Real, antes de determe en el escaparate de la librería El Aleph y seguir tomando el sol en la Plaza de España y la Gran Vía. En el número 7 de la calle Ferraz hubo una vez una fonda y en ella se hospedó Puccini. Antes de hacerse famoso, vivió su "bohemia" en una buhardilla de Milán que compartió con Pietro Mascagni, estudiante también del Conservatorio, que alcanzó la inmortalidad con "Cavalleria rusticana". Su primera ópera, "Le Villi", no llegó hasta después de su graduación. El éxito del estreno llamó la atención de Giulio Ricordi, referente de la época en el mundo de la edición musical, y se inició una colaboración entre ambos que se prolongó hasta su muerte. Y nació "Edgar" (1889), que, a diferencia de "Manon Lescaut" (1893), "La Bohème" (1896) o "Tosca" (1900), tuvo una acogida discreta, algo que intentó paliar reestrenándola en Madrid. El libreto lo firmaba Ferdinando Fontana y se basaba en "La coupe et les lèvres" que fue escrita en París medio siglo antes por el escritor romántico Alfred de Musset y con un argumento que nos presenta a un hombre obligado a elegir entre el amor de su novia y la lujuria de una muchacha gitana, algo que posee cierta relación con "Carmen" de Bizet. La música es arrebatadora, como siempre sucede con Puccini, una música "enfermiza" con la que casi puedes enamorarte del amor. Quizá por eso tuvo tantas amantes a lo largo de su vida.
Y ahora me voy de nuevo a un teatro de Turín mientras me tomo el primer café de la mañana:
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