sábado, 31 de diciembre de 2022

"Esa insaciabilidad de belleza".

Así es como acaba la reseña crítica de mi novela "Poeta en Madrid" escrita esta semana por Paco Huelva en la revista Todo Literatura. Es posible que esa expresión defina bien la novela y quizá también a mí. Ayer estuve pensando en esto mientras releía, en un Café de Malasaña, algunos de los poemas del austrohúngaro Rainer María Rilke.
En el verano del 16 me fui a dar una vuelta por Trieste, esa ciudad del Norte de Italia bañada por el Adriático, tan literaria y decadente. Me apetecía respirar su atmósfera y apresar la mirada perdida de los escritores que pasaron por esa ciudad, como Rilke y Joyce. El primer día me fui a pasear temprano. Después de comer me metí en un café a releer "La conciencia de Zeno", de Svevo, una novela que influyó en las dos últimas obras maestras de Joyce. Mientras leía se me acercó un señor mayor y me pidió un cigarrillo con una curiosa mezcla de castellano e italiano. Le dije que no tenía y que, además, no se podía fumar en los cafés. Me dijo que no pensaba encenderlo, solo continuar escribiendo en su mesa de los últimos 50 años con el cigarrillo en la boca. A veces Claudio Magris se tomaba un café con él y charlaban un rato de literatura. El señor se fue a su mesa y yo seguí leyendo mi novela. De vez en cuando nos mirábamos y nos saludábamos con un ligero movimiento de cabeza. Por alguna razón me pareció adivinar la figura de Leopold Bloom en él. Rilke escribió las "Elegías de Duino" en el castillo de su protectora Marie von Turn und Taxis-Hohenlohe, junto a Trieste, sobre unos acantilados entre Italia y Eslovenia (en la tercera foto). El primer verso se le apareció durante un paseo por alíí: "¿Quién, si yo gritase, me oiría desde los coros de los ángeles?" De la poesía del siglo XX, no he leído nunca nada comparable a sus elegías, salvo "La tierra baldía" de Eliot, los "Cantos" de Pound y la poesía de Juan Ramón desde "Espacio". Es como una especie de liturgia. En sus versos está toda la historia de la humanidad, toda la literatura, toda la filosofía, todos los sueños de los seres humanos.
 
PRIMERA ELEGÍA.
 
¿Quién, si yo gritase, me oiría desde los coros
de los ángeles? Y aun suponiendo que alguno de ellos
me acogiera de pronto en su corazón, yo desaparecería
ante su existencia más poderosa. Porque lo bello no es sino
el comienzo de lo terrible, ese que todavía podemos soportar;
y lo admiramos tanto porque, sereno, desdeña el destruirnos.
Todo ángel es terrible.
.....Y así me contengo, sofocando el llamado seductor
de oscuros sollozos. Ay, ¿a quién podemos
recurrir entonces? A los ángeles no, a los seres humanos tampoco
y los astutos animales advierten ya
que no estamos muy confiados y como en casa
en el mundo interpretado. Tal vez nos queda todavía
algún árbol en la ladera que podamos contemplar
de nuevo cada día; nos queda la calle de ayer
y la mimada fidelidad de una costumbre
que se complació en nosotros y así permaneció y ya no se fue.
----- Oh, y la noche, la noche, cuando el viento lleno de espacio sideral
nos muerde el rostro; ¿a quién no le queda al menos ella, la anhelada,
que nos decepciona suavemente y con esfuerzo aguarda
al corazón de cada cual? ¿Es la noche más leve para los enamorados?
Ay, ellos sólo se ocultan uno al otro su destino.
----- ¿Aún no lo sabes? Arroja desde los brazos el vacío
hacia los espacios que respiramos; quizá de modo que los pájaros
sientan el aire ensanchando con un vuelo más íntimo.
----
- Sí, al parecer las primaveras te necesitaban.
Algunas estrellas te exigían que las percibieras.
En el pasado se levantaba, acercándose, una ola
o cuando pasabas tú junto a la ventana abierta
se entregaba un violín. Todo eso era misión.
¿Pero pudiste con ello? ¿No estabas todavía
distraído por las expectativas como si todo
te anunciara una amada? (¿Dónde quieres albergarla,
cuando grandes y extraños pensamientos entran y salen de ti
y a menudo se quedan por la noche?) Pero,
si te abruma la nostalgia, canta a los amantes; mucho falta todavía
para que su célebre sentimiento sea lo bastante inmortal.
Y a esos abandonados que tú casi envidias y a quienes encontraste
aún más capaces de amar que a los satisfechos.
Una y otra vez recomienza la alabanza inalcanzable;
piensa: el héroe perdura y hasta su mismo ocaso
fue para él sólo un pretexto para ser: su último nacimiento.
Pero la naturaleza, agotada, recoge de vuelta a los amantes
en su seno, como si le faltaran las fuerzas
para llevar a cabo dos veces la tarea. ¿Has pensado bastante
en Gaspara Stampa, para que así alguna muchacha
a quien dejó su amado, ante el ejemplo señero de esta amante,
sienta: y si yo llegase a ser como ella?
¿No deberían, al fin, hacérsenos más fecundos estos viejos dolores?
¿No es tiempo ya de liberarnos, amando, del amado
y de resistir estremecidos, como resiste la flecha a la cuerda,
para ser, concentrada en el salto, más que ella misma?
Porque no hay permanecer en parte alguna.
----
- Voces, voces. Escucha, mi corazón, como antaño
sólo escuchaban los santos, de tal modo que el llamado gigantesco
los alzaba del suelo; pero ellos, los imposibles,
seguían ahí de rodillas, indiferentes:
Así estaban escuchando. No es que tú puedas soportar
la voz de Dios, ni mucho menos. Pero escucha el soplo,
el mensaje incesante que se forma del silencio.
Ahora susurra hacia ti desde aquellos jóvenes difuntos.
Donde quiera que entraste, ¿no te habló quedamente
su destino en iglesias de Nápoles y Roma?
¿O se te impuso, sublime, una inscripción en relieve,
como recientemente esa lápida en Santa María Formosa?
¿Qué quieren ellos de mí? En voz baja debo deshacer
la apariencia de injusticia que limita un tanto a veces
el puro movimiento de sus espíritus.
---
-- Por cierto que es extraño no habitar más la tierra,
no seguir practicando las costumbres apenas aprendidas,
no dar el significado de un porvenir humano a las rosas
y a tantas otras cosas llenas de promesas;
no seguir siendo lo que uno era
en unas manos infinitamente angustiadas
o incluso dejar de lado el propio nombre
como un juguete destrozado.
Es extraño el no seguir deseando los deseos. Es extraño
ver ondear libre en el espacio todo lo que antes se amarró.
Y el estar muerto es laborioso y tan lleno de recuperaciones
que sólo lentamente percibe uno algo de eternidad. Pero los vivos
cometen todo el error de distinguir con demasiada vehemencia.
Los ángeles (se dice) no sabrían a menudo
si andan entre los vivos o los muertos.
A través de ambas regiones el eterno fluir
siempre arrastra consigo a todas las edades, acallándolas.
Por último, ya no nos necesitan ellos, los que se fueron temprano;
suavemente uno se va desacostumbrando de lo terrenal, así como
se emancipa con ternura de los pechos de la madre. Pero nosotros,
que tenemos necesidad de tan grandes misterios, de los cuales,
y desde la tristeza, surge a menudo una prosperidad bienaventurada:
¿podríamos existir sin ellos? ¿Es vana la leyenda de que antaño,
en el lamento funerario por Lino, la primera música, osada,
atravesó el arido estupor; y que recién en aquel espacio dominado
por el terror, del cual el joven semidiós escapó de pronto y para siempre,
entró el vacío mismo en aquella vibración
que aún ahora nos arrebata, nos consuela y nos ayuda?
(Traducción de Otto Dörr Zegers)
 
No sé si Vivaldi paseó o no por Trieste alguna vez (sí estuvo en Venecia), pero yo sí "paseo" por su música incluso el último día del año. "Porque lo bello no es sino el comienzo de lo terrible...
Tal vez nos queda todavía algún árbol en la ladera que podamos contemplar de nuevo cada día; nos queda la calle de ayer
y la mimada fidelidad de una costumbre":
 




 

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