viernes, 30 de diciembre de 2022

"Pío, Luis y yo".

Hace poco Javier, un alumno de 1º, me pidió que le recomendara un libro para leer estas Navidades y le hablé de "El árbol de la ciencia", una de las novelas más profundas e interesantes de mi juventud. Y luego puedes seguir, le dije, con la trilogía de "La lucha por la vida": "La busca", "Malahierba" y "Aurora roja", novelas que me sirvieron para entender con 17 años algunas cosas del comportamiento del ser humano. Con el tiempo llegué hasta una de sus continuaciones naturales, "Tiempo de slencio", de Luis Martín Santos, y escribí un trabajo casi de memoria para la carrera de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada.
 
Antesdeayer se han cumplido los 150 años de uno de los novelistas españoles que me enseñaron a escribir. Ayer escribí un post donde decía que mi mundo es un pañuelo y que me encuentro a la gente por todas partes. A Luis Muñoz Díez, que está conmigo en esa foto de hace un tiempo junto a la escultura de Pío Baroja, me lo encontré nada más salir del portal de casa. Su hija Mar estudió con mi hijo en el colegio. Entre las revistas de arte, cine y literatura que fundó, he escrito algunos textos en Tarántula, como germen de mis libros de cuentos, junto al Diario Progresista de mi amigo Antonio Carmona, y ahí publicaron los tertulianos que me acompañaron en estos años. Igualmente he estado en varias de sus aventuras teatrales que puso en pie. A otro de sus hijos, Gonzalo, me lo encontré hace poco en la facultad de Filosofía y Letras de la Complutense, junto al escritor y periodista Lorenzo Rodríguez Garrido que, por cierto, me entrevistó varias veces en la TV de Periodista Digital. Lorenzo acaba de sacar su primer libro de poemas y lo he invitado a que se pase un día por la tertulia de Argüelles para hablarnos de él.
 
Por cierto, mirando la foto que me hice con Luis junto a la escultura de Pío Baroja al final de la Cuesta Moyano, en la entrada del Retiro, tengo claro que debo adelgazar algunos kilos. El pelo todavía no se me ha caído, pero, bueno, diré a Luis, mi peluquero que siempre me dice que me parezco a Al Pacino, que vaya preparando una peluca para dentro de unos años, por si acaso. Igualmente debo volver más veces a la sauna de José Abascal. La última vez, Cristina, me hizo incluso la manicura, la exfoliación facial y la limpieza del cutis en general.
 
Y ahora me tomo un café y escucho una música que ya me gustaba desde los tiempos en los que leí "El árbol de la ciencia". Seguro que Pío Baroja la escuchaba mientras escribía novelas en la trastienda de Viena Capellanes:
 

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